Kepa Aulestia, EL CORREO 22/12/12
La legislatura se trompica nada más empezar también porque el PNV lo quiere todo y sin coste.
La primera semana del gobierno Urkullu no podía haber resultado menos amable y más comprometedora para el nuevo inquilino de Ajuria Enea. Las divisiones territoriales y partidarias de la política vasca y las carencias que la crisis provoca en las arcas públicas no van a conceder al gobierno Urkullu el tiempo necesario ni para hacerse con la situación. Los primeros días han resultado suficientemente agitados como para temer una legislatura de vértigo. La presunción de que el año que viene será el peor tanto económica como políticamente, pero que con el paso de los meses los partidos se avendrán a la pauta que establezca el PNV no responde a otra lógica que la del irrepetible pasado de los 90 –cuando los jeltzales fueron eje de gobierno de todas las instituciones en ausencia de la izquierda abertzale– y la del voluntarismo exigible a cualquiera que toma las riendas de un gobierno en minoría.
El resultado de las elecciones autonómicas dejó demasiada insatisfacción en las formaciones que concurrieron a ellas, con excepción del PNV. Pero hasta el partido de Urkullu considera que podría mejorar la marca del pasado 21 de octubre en próximos comicios. Qué decir de EH Bildu, de los socialistas y de los populares. Estos dos últimos piensan que las circunstancias les fueron adversas, y la izquierda abertzale alberga la esperanza de coger más desprevenidos a los jeltzales la próxima vez. Porque hasta quienes obtuvieron un mal resultado –PSE-EE y PP– parecen haber eludido la sensación de fracaso. A Urkullu le resultará difícil concitar complicidades porque sus interlocutores consideran que la victoria del PNV es tan exigua como accidental.
A tenor de los discursos de unos y otros se diría que por primera vez lo urgente y lo importante tienden a coincidir en la posición de todos los partidos: salir de la crisis, cuanto antes y lo mejor posible. Pero a partir de ahí aflora un debate que por momentos se vuelve tenso sobre cómo conseguirlo –en términos de eficacia– o sobre cómo debiera lograrse –cuando sus protagonistas se remiten a premisas ideológicas–.
Esta semana todos los partidos han adoptado decisiones casi insospechadas que se han esforzado en justificar a posteriori como expresión de coherencia política. Coherente es para los socialistas el pacto con EH Bildu en Gipuzkoa después de abogar por desalojarlos del gobierno foral. Coherente para el PNV contribuir a la prórroga presupuestaria de las cuentas de Álava cuando Urkullu solicita estabilidad financiera y sintonía institucional. Coherente para Mintegi subrayar la «diferente realidad» de cada territorio histórico en materia presupuestaria cuando aspira a una Euskal Herria soberana sin fronteras interiores. Hablando de coherencia, esta semana solo se ha salvado el PP vasco, forzado a un gesto de responsabilidad en la votación de las cuentas vizcaínas aunque le hayan tumbado las de Vitoria y las de Álava.
La trompicada tramitación de los presupuestos forales no obedece a necesidades sociales distintas según el territorio histórico de que se trate, ni siquiera a la heterogeneidad del panorama partidario en Álava, Bizkaia y Gipuzkoa. Responde al hecho de que los partidos se aprovechan del esquema confederal de la LTH para desarrollar –eso sí, sin demasiado control– su respectiva guerra de posiciones ahora que la ausencia de violencia parece irreversible. La perspectiva de repartirse territorialmente las raciones del poder autonómico hace de las diputaciones e incluso del parlamentarismo sobreactuado de las juntas generales una trama infinitamente más inamovible que la Constitución o el Estatuto. Ninguna formación se conduce en coherencia con una idea unitarista de Euskadi como comunidad política, no sea que la tarta del poder acabe siendo indivisible. Pero si algún partido se identifica con el estado de cosas descrito ese es el PNV, ‘bizkaitarra’ en esencia, aunque sean Gipuzkoa y Álava los que den el espectáculo.
Urkullu lleva solo una semana en Ajuria Enea, y merecería cien y más días de confianza por el bien del país. Pero si no los va a tener es también porque el PNV lo quiere todo, y lo quiere a precio de saldo: que los demás grupos secunden a sus 27 parlamentarios para apuntalar el Gobierno de Iñigo, que los socialistas no le hagan la pinza con EH Bildu ni indirectamente, que la izquierda abertzale se rinda de una vez ante la égida jeltzale, y que el PP vaya despidiéndose de su feudo vitoriano y alavés.
Mientras tanto la Euskadi privilegiada del concierto económico y del Cupo corre el riesgo de dilapidar buena parte de su potencial por la dispersión de las intenciones presupuestarias, de la normativa fiscal y del impulso institucional. Volviendo a la coherencia ¿qué razón llevó al PNV en el Congreso a alinearse con Duran i Lleida a favor del rescate europeo? ¿Es que necesitamos dejar más en evidencia a España? ¿O es que nos vendría mejor a todos –incluida la autosuficiente Euskadi– un torrente de dinero que nos desatasque de la recesión? Lo dicho, el PNV lo quiere todo y sin costes, también que Rajoy pida el rescate y apechugue con ello.
Kepa Aulestia, EL CORREO 22/12/12