Jordi Barbeta, LA VANGUARDIA, 13/5/12
En las próximas elecciones Convergència i Unió en ningún caso planteará entre sus alternativas romper con España
El veto de Unió Democràtica a incluir la independencia de Catalunya en los horizontes del nacionalismo catalán mayoritario tiene una trascendencia política enorme, porque elimina de antemano uno de los escenarios previstos por estrategas nacionalistas como reacción para salir del atolladero en que se encuentra la política catalana y el autogobierno. Ahora ya sabemos que en las próximas elecciones Convergència i Unió en ningún caso planteará entre sus alternativas romper con España.
Al mismo tiempo que ayer algunos cuadros de CDC, tan destacados como Josep Rull, el número 3 del partido, no podían ocultar su crónica irritación con el socio de la coalición/federación, con toda seguridad respiraron aliviados los prohombres del establishment catalán, tan preocupados como estaban últimamente por el riesgo de cataclismo de inciertas consecuencias que podría provocar una combinación explosiva de intransigencia española y rebelión nacionalista.
La verdad es que apenas hay diferencias entre los textos aprobados por Unió y Convergència en relación con «conseguir estructuras de Estado para Catalunya, un Estado miembro de la Unión Europea», que hasta permitieron que retirara sus enmiendas al candidato independentista, Josep Maria Vila d’Abadal. El quid de la cuestión es que CDC y UDC no se declaran independentistas pero los convergentes no cierran la puerta y Unió, sí, al menos de momento.
Uno de los escenarios previstos por los estrategas catalanistas, quizá el más épico, pero en ningún caso el más complicado, era incorporar en el programa electoral de CiU ese nuevo horizonte: convertir Catalunya en un nuevo Estado soberano de la Unión Europea. Incorporando esa posibilidad, las elecciones se habrían convertido de facto en un referéndum por la independencia y el pronunciamiento de los catalanes, fuera cual fuera el resultado, aunque simbólico, tendría consecuencias imposibles de ignorar. Es la fórmula empleada por Alex Salmond en Escocia, quien consiguió con ello una victoria electoral que le permite gobernar con normalidad, ocupándose de la crisis, sin ninguna prisa por declarar la independencia y planteando el camino de la soberanía como una travesía tan larga y con tantas etapas intermedias como el viaje a Ítaca.
Duran Lleida, además de considerar inviable la independencia, está convencido de que la estrategia de plantearla como una posibilidad provocaría una división en la sociedad catalana que tendría efectos electorales perniciosos para Convergència i Unió. Así pues, los democristianos catalanes han decidido que sólo están dispuestos a continuar como compañeros de viaje de Convergència Democràtica hasta la estación de la soberanía fiscal, que Déu n’hi do.
Ahora bien, el descarte de la opción independentista reduce las alternativas de reacción de CiU y del Gobierno de la Generalitat en caso de que no se consiga el improbable acuerdo sobre el pacto fiscal, pero no impide lo que el propio Duran Lleida ha descrito como el choque de trenes. Unió y Convergència están de acuerdo en que el pacto fiscal no tiene vuelta de hoja y que Catalunya tendrá sí o sí una agencia tributaria propia que recaudará todos los impuestos de los catalanes. Esa fue la bandera de CiU en las elecciones al Parlament y la bandera del propio Duran Lleida que le permitió vencer por primera vez en la historia en las elecciones generales.
Plantear ese conflicto con el Estado puede parecer menos romántico que la independencia, pero a la hora de la verdad resultará mucho más revolucionario. Es una iniciativa que para tener éxito necesitará todo los apoyos internos imaginables, empezando por el establishment, y hay que tener en cuenta que por fijar un horizonte de soberanía en un programa electoral, nadie va a la cárcel, pero nadie queda impune por dejar de pagar impuestos o por llamar a la insumisión fiscal.
Jordi Barbeta, LA VANGUARDIA, 13/5/12