EL PAÍS 13/12/16
FÉLIX DE AZÚA
· En nuestro país la Transición es el gran enemigo que une a los totalitarios
Los secesionistas de Bildu se han hermanado con Trump. En las tabernas vascas se veía la perplejidad en los ojos de la clientela. Aquello se asemejaba demasiado al pacto entre Stalin y Hitler. En Madrid asistimos al combate de Errejón e Iglesias. Hay gente abatida por las aulas de la Complutense. Recuerdan, por un lado, la lucha entre Trotsky y Stalin, pero por otro la Noche de los Cuchillos Largos, cuando Hitler asesinó a sus colegas dirigidos por Röhm. Un artista subvencionado encierra en las bodegas de un barco ruinoso a unos cuantos emigrantes y los presenta al público sudados, hambrientos, hartos de tedio. Luego les paga unos euros. Como ésta, hay infinitas obras en los museos de arte contemporáneo.
¿Tienen algo en común los tres sucesos? Mucho. En realidad, son clones. La ruina de los partidos comunistas, la destrucción de las repúblicas soviéticas, la disolución del proletariado en una masa de consumidores, el fin del Arte, dejaron un vacío religioso, ocupado luego por los nostálgicos que hoy llamamos neocomunistas, posmodernos o populistas. Movimientos inspirados por el peronismo de Laclau, el nazismo de Schmitt o el caudillismo de Chaves, que están más cerca de lo que parece de sus opuestos, los populistas tipo Trump, Farage o Le Pen.
Que son lo mismo quiere decir que sus diferencias desaparecen frente al enemigo común: la democracia liberal, los derechos del ciudadano, el Estado de bienestar. En nuestro país la Transición es el gran enemigo que une a los totalitarios.
Estos son, dicho de un modo atropellado, algunos de los asuntos que trata el muy necesario libro de José Luís Pardo Estudios del malestar. Léalo, se lo ruego, sobre todo si cree usted ser de izquierdas.