- Desde esa perspectiva, Puigdemont es un campeón, ha logrado la derrota del Estado español. La amnistía, bien lo sabe usted ahora, no es un perdón: es un borrado fáctico inexplicable; no elimina la pena, elimina los delitos
Haga de tripas corazón e introdúzcase por dos minutos en la mente de un nacionalista —es decir, de un separatista— catalán. Así, eso es. Ya sé que marea, pero es que el escenario moral está boca abajo. Bien, desde esa perspectiva, Puigdemont es un campeón, ha logrado la derrota del Estado español (recuerde donde está, acepte la terminología, en las palabras reside todo). La amnistía, bien lo sabe usted ahora, no es un perdón: es un borrado fáctico inexplicable; no elimina la pena, elimina los delitos. Así se cambia el pasado, eso que no podían hacer ni los dioses según Agatón. Pero, agatoniano, insisto: en realidad sí fueron hechos delictivos cuando se cometieron. ¡He ahí! Por eso una amnistía siempre deslegitima el orden previo, por eso es típica de los cambios de régimen. Fuera de un supuesto tal es una simple aberración. ¿Cuál es nuestro caso? ¿Cambio de régimen o aberración? Ambas posibilidades complacen al separatista en cuya mente se ha alojado usted. Lo primero, porque no otra cosa persigue el Frente Popular del que el separatismo forma parte (sin la izquierda, o con la izquierda en contra, estos no duran media hora). Lo segundo, la aberración, porque, como se dijo, el escenario moral lo tienen invertido.
Es Puigdemont quien ha exigido y obtenido el milagro de la amnistía. Es un superhombre, un semidiós (no se ría, sigue en cabeza loca). ERC nunca podrá superar eso, pero algo tiene que intentar con el minuto de descuento que le queda en este derby que están ganando los golpistas supremacistas hijos de Pujol frente a los golpistas no supremacistas hijos de Barrera (sí, el racista Barrera, la historia tiene estas paradojas). En el minuto de descuento, ERC intenta marcar el gol del concierto a la vasca, que es, por cierto, donde comenzó la tormenta excrementicia llamada procés, con el cuco Artur Mas (principal culpable de todo y hasta ahora de perfil), exigiendo a Rajoy un concierto a la vasca. De no concedérselo (que no se lo concedió), exigiría «un Estado propio». Y ahí se desataron los truenos, los desfiles nurembergianos de camisetas amarillas, las muchedumbres fascistoides y tal. Si ERC le arranca el concierto a la vasca a Sánchez (a quien en principio se le puede arrancar cualquier cosa), Junqueras podría posar de puntillas junto a Puigdemont, simular que ha logrado algo comparable a la amnistía y contar que cierra el círculo del procés de una puñetera vez.
Fuera ya de tal círculo, pestilente por falta de ventilación (aquí remito a la comparación de Josep Pla entre nacionalismo y afición a los propios pedos), aparecería el referéndum de autodeterminación. Llegado ese momento, los respetuosos de la Constitución pelearemos de nuevo con una mano atada a la espalda: nos opondremos, pese a que el peor castigo al separatismo sería confrontarlo con su apoyo real… siempre que primero entendieran las consecuencias de sus actos, cosa difícil, como usted habrá comprobado en esa pobre cabeza. Ya puede salir.