El presidente Pedro Sánchez se presentó en la reunión de Davos para vender España y publicitar sus posibilidades, en especial en la fabricación de microchips, el mismo día en que, en buena lógica, el Consejo de Ministros aprobada el PERTE diseñado para canalizar las ayudas europeas hacia ese sector. Un plan gigantesco y ambicioso que, con 12.250 millones, duplica el tamaño de cualquiera de los aprobados hasta la fecha. Está muy bien que los dirigentes políticos y los responsables institucionales se esfuercen en predicar las bondades del país y en intentar atraer inversiones foráneas hacia él. Es una de sus funciones más necesarias en estos tiempos de carencias. Todos lo han hecho y todos tratan de dar la máxima relevancia pública a sus esfuerzos. Es una lástima que sus logros, pasado algún tiempo, pasen desapercibidos en la mayoría de los casos, precisamente por la ausencia de ellos. Ya que estamos en materia, podemos recordar que el emérito consiguió grandes logros en este trabajo, como recordaba y cuantificaba recientemente el colectivo ‘Concordia Real’, por más que se pasase luego con el original mecanismo de cobrar comisión al comprador en lugar de incluirlo en el sueldo.
Pedro Sánchez aprovechó la audiencia para agradecer a las grandes empresas sus esfuerzos en contener los efectos de la crisis. Dichas en Davos, seguro que se agradecieron sus palabras, pues había muchos representantes de grandes compañías. Lo malo es que esos gestos acostumbran a quedarse enfrentados a la realidad posterior. A las grandes empresas se las desea antes de venir y se las recibe con alharacas, para luego martirizarlas con impuestos, restricciones legales y trámites administrativos. La opinión pública suele estar en su contra, al olvidar que son quienes más y mejor empleo crean y más riqueza irradian en su entorno. Solo al final, cuando se aburren y se van, lloramos por el impacto perdido.
El PERTE aprobado ayer es muy necesario para que despegue una industria de gran efecto tractor e imprescindible en el desarrollo tecnológico de las actuales. Para ello es necesario que las ayudas prometidas lleguen a sus destinatarios a tiempo y no se pierdan a través de los tortuosos y nunca bien coordinados despachos de la multitud de esferas administrativas que intervienen en el proceso. Hasta ahora, las ayudas europeas están llegando con excesiva lentitud a sus destinos, lo que amortigua, y en ocasiones impide, la consecución de los efectos positivos previstos.