Gaizka Fernández Soldevilla-El Correo

  • Si alguien ha perjudicado las obras de la ‘Y’ vasca han sido ETA y su entorno

La construcción de la ‘Y’ ferroviaria vasca que nos unirá a la red tanto del resto de España como de Europa dio comienzo en septiembre de 2006. Se preveía que la rama Vitoria-Bilbao-San Sebastián-frontera francesa iba a estar en funcionamiento en 2012. Año tras año, el horizonte final se ha ido alejando hasta tal punto que es difícil tomarse en serio el anuncio de una nueva fecha. La única certeza es que Euskadi sigue en el vagón de cola del tren de alta velocidad junto a Cantabria, Navarra y La Rioja.

Ocasionalmente -pero será más frecuente en este año electoral- las administraciones públicas se echan la culpa unas a otras de que el AVE todavía no esté operativo en el País Vasco. No obstante, el retraso requiere una explicación completa. Aunque no faltan píldoras para la memoria -por ejemplo, la excavadora quemada en Rentería el pasado octubre-, hemos olvidado que si hubo alguien que perjudicó a las obras del tren de alta velocidad fueron ETA y su entorno, que pretendían repetir los sangrientos éxitos de la paralización de la central nuclear de Lemóniz y la alteración del trazado de la autopista de Leizarán.

Como cuentan Florencio Domínguez y Javier Merino en ‘La bolsa y la vida’, el empeño de la izquierda abertzale fue brutal. El primer ataque de kale borroka data de enero de 2007 y la primera bomba de ETA, de mayo de 2008. A partir de entonces se desarrolló una campaña contra las obras de la ‘Y’ vasca, contra las empresas y, por desgracia, contra los seres humanos que las impulsaban. El 3 de diciembre de 2008 la banda asesinó en Azpeitia a Inaxio Uria, propietario de una de las constructoras que trabajaban en el proyecto.

Desconocemos a cuánto asciende el importe de los daños materiales producidos por los atentados, pero al mismo hay que sumar un sobrecoste de más de 60 millones de euros en seguridad. Además, la Ertzaintza tuvo que dedicar una unidad específica a supervisar la construcción. Como ocurrió durante décadas, la factura del nacionalismo vasco radical la pagamos entre todos.

El ferrocarril ha sido uno de los escenarios recurrentes de la violencia de ETA desde el principio. El 18 de julio de 1961, en su primera acción reivindicada, intentó hacer descarrilar un tren de veteranos guipuzcoanos que acudían a San Sebastián a conmemorar el aniversario del llamado «Alzamiento Nacional». Y en diciembre de 1963 un comando voló con dinamita un vagón estacionado en Alsasua.

A lo largo de su historia ETA puso bombas en instalaciones de Renfe, paradas y líneas férreas de toda España, especialmente durante sus campañas de verano. Algunos de sus atentados dejaron víctimas mortales y heridos. En junio de 1975, en el tren San Sebastián-Bilbao, el guardia civil Mariano Román sufrió un accidente mortal después de que su compañero resultase herido por un etarra. En mayo de 1978 a otro agente, Manuel López, le mató la explosión de un artefacto cuando volvía de prestar servicio en la estación de Pamplona. En julio de 1979 un atentado múltiple de ETA político-militar en el aeropuerto de Barajas y las estaciones de tren de Chamartín y Atocha causó la muerte a siete personas: Juan Luna, Dionisio Gonzalo Rey, J. Emilio Pérez, Guadalupe Redondo, Dorotea Fertig, J. Manuel Juan y J. Manuel Amaya.

En julio de 1981, en la estación de Basauri, un pistolero asesinó al agente retirado Joaquín Gorjón. En diciembre de 1982 los guardias Manuel López y Juan García fueron ametrallados cuando inspeccionaban un tren de mercancías en Irún. En septiembre de 1983 ETA mató al policía Pablo Sánchez en el andén de Urnieta. En septiembre de 1984 una bomba-trampa escondida en las vías, cerca de Alegría, acabó con la vida de los guardias José Luis Veiga, Agustín Pascual Jove y Victoriano Collado. Otra mató al ertzaina José Juan Pacheco en octubre de 1988.

En nombre de Euskadi, la izquierda abertzale tampoco dudó en destruir el patrimonio industrial de Euskadi. En agosto de 1993 el entorno juvenil de ETA provocó un grave incendio en el Museo Vasco del Ferrocarril que se estaba construyendo en Azpeitia. Un vagón de tren de 1887 y otro de 1923 resultaron calcinados. Dos vagones más y una locomotora de 1898 también fueron afectados por el fuego.

Como tantos otros elementos, aquel ataque acerca al nacionalismo vasco radical al movimiento tradicionalista y monárquico al que a menudo reivindica como su antecedente histórico. Durante la tercera guerra carlista el cura Santa Cruz mandó a su partida de guerrilleros destruir vías férreas, túneles, estaciones y trenes. El ferrocarril era un símbolo de industrialización, modernidad, liberalismo e inmigración. Y por eso lo odiaba. Pese a sus empeños, Santa Cruz no logró detener el progreso. Sus pretendidos sucesores tampoco: solo lo han retrasado.