La ponencia de víctimas del terrorismo del Parlamento vasco da estos días vueltas a la noria de la indecisión. El nacionalismo aboga por «evitar hacer banderas políticas» de las víctimas. Quienes sostienen que los asesinos no son simples asesinos, sino que actúan por motivaciones políticas, se preocupan por despolitizar a las víctimas.
La ponencia de víctimas del terrorismo creada en el Parlamento vasco da estos días vueltas a la noria de la indecisión. Se agotan los plazos para tomar decisiones, pero no hay acercamiento entre los partidos; al menos, entre los del tripartito gobernante y los de la oposición. Aunque algo se ha avanzado en los últimos años, las víctimas siguen siendo el gran incordio de la vida pública vasca porque representan la mala conciencia de décadas de abandono.
La ponencia maneja un borrador de propuesta que constituye un cóctel de solidaridad simbólica, paternalismo y mentalidad asistencial unido a un esfuerzo insistente para buscar la despolitización de la víctima del terrorismo. La ponencia aboga por ayudar a las víctimas a luchar «contra el odio y los deseos de venganza». Resulta insultante que se planteen prevenciones ante supuestos deseos de venganza en un país en el que ni una sola víctima se ha tomado la justicia por su mano, en un país en el que hemos oído a decenas de padres, esposas o hijos de los asesinados perdonar a los asesinos, en un país en el que nunca se ha visto a un asesino pedir perdón y en el que no se habla de los mecanismos de alimentación del odio que impulsa a quienes matan.
El documento de la ponencia «constata» la demanda de justicia de las víctimas, pero no dice que la apoye, no se suma a esa reclamación, ignorando que la justicia es el único mecanismo social capaz de atajar los deseos de venganza. Si falta la justicia, la justicia penal, que no divina, la justicia que regulan las leyes y aplican los tribunales, es más fácil que florezcan los deseos de ajustes privados o, cuando menos, que aquellos que no han recibido la satisfacción a que tenían derecho se sumerjan en la frustración y la desesperanza.
El nacionalismo aboga por «evitar hacer banderas políticas» de las víctimas. Los mismos que sostienen que los asesinos no son simples asesinos, sino que actúan por motivaciones políticas, se preocupan por despolitizar a las víctimas del terrorismo. El acto político debe llegar hasta el momento en que se aprieta el gatillo, pero cuando la bala llega a la cabeza de la víctima ya ha perdido ese carácter. Sólo así se explica que la acción terrorista sea un acto político y sus consecuencias no lo sean. El resultado es un enfoque asistencial de las víctimas -indemnizaciones, becas, trabajos-, sin dejarlas influir en las decisiones políticas porque no tienen «mayor credibilidad o legitimidad» que cualquier otra persona.
La idea de la legitimidad de las víctimas quedó clara en el interrogatorio del portavoz del PNV en la comisión del 11-M al ex presidente Aznar: este no era la persona adecuada para dirigir la política antiterrorista porque había sufrido un atentado. Si ETA no te mata, por lo menos te inhabilita y te deja sin razones morales. ¿Cómo pudo Primo Levi denunciar el nazismo, él que no era más que víctima superviviente?
Florencio Domínguez, EL CORREO, 13/12/2004