Editorial-El Correo
- El funeral de Estado un año después de la devastadora riada que se llevó las vidas de 237 personas se convierte en un merecido acto de homenaje y justicia con los afectados, y agrava el descrédito de un Mazón en segunda fila
La jornada de sentido duelo con la que España recordó ayer el brutal impacto de la dana que se llevó las vidas de 237 personas, 229 de ellas en Valencia, fue un merecido homenaje hacia las víctimas y sus familiares. Pero, sobre todo, constituyó un acto de justicia con todas ellas, desamparadas en momentos trascendentales antes y después de la catástrofe natural, la más grave que ha sufrido el país en las últimas décadas. Un año después de las devastadoras riadas que asolaron lugares como Paiporta, Catarroja o el barranco del Poyo, grabados para siempre en la memoria colectiva del dolor, los afectados siguen necesitados más que nunca de reparación y, como se pudo comprobar ayer, de consuelo. El funeral de Estado celebrado en la Ciudad valenciana de las Ciencias -bajo la presidencia de los Reyes y con una amplia representación institucional liderada por el presidente del Gobierno y el de la Generalitat, así como por doce presidentes autonómicos, entre ellos el lehendakari, Imanol Pradales- tenía el objetivo principal de reconfortar públicamente a los damnificados. También de reconocer uno a uno la memoria de los fallecidos, en un acto en el que fue obligatorio adoptar unas prevenciones insólitas para aplacar cualquier arrebato de la indignación de las calles.
Especialmente por la cuestionada figura de Carlos Mazón, triste símbolo del descrédito, irrecuperable como servidor público de garantías. Horas antes del homenaje, tuvo la inoportuna ocurrencia de ofrecer una declaración institucional para admitir con una alusión genérica que «hubo cosas que debieron funcionar mejor», en lo que sonó a un lamentable intento de arañar algo de protagonismo a una jornada vetada para él. El ‘president’, insultado de gravedad en voz alta por algunos de los asistentes en el inicio y el final de la solemne ceremonia, participó en segunda fila y con aparente gesto impasible, asumiendo que no era bienvenido. Su presencia, siendo el máximo representante institucional de la Comunidad Valenciana, tuvo que ser excluida expresamente de la parte más emocional del encuentro con víctimas y representantes de asociaciones por el fuerte rechazo que genera. El desprestigio con el que sale retratado el barón del PP, entre gritos de dimisión, debería ser motivo añadido de reflexión para Núñez Feijóo si quiere soltar lastre en su carrera electoral.
En el cara a cara, Felipe VI y Doña Letizia volvieron a dar muestras de cercanía con gestos de apoyo y ánimo a los familiares de los fallecidos -rotos por la tragedia con fotos del difunto entre sus manos-, y con un mensaje del Rey en favor de una colaboración que se antoja esencial. Un «pongamos todos de nuestra parte» con el que abogó de manera velada por la cooperación entre administraciones en las tareas de reconstrucción y prevención aún pendientes. Fracasar de nuevo en ese reto abonaría el terreno a la teoría del Estado fallido que, pese a su falsedad, sirve de combustible para encender los populismos.
Seguido del jefe del Estado, Pedro Sánchez pudo reconciliarse con los afectados después del trance de tener que abandonar hace un año y de forma apresurada la zona devastada de Paiporta entre increpaciones y un intento de agresión. El acto de ayer, controlado por el protocolo oficial para evitar incómodas tensiones más allá de la emoción del recuerdo a las vidas perdidas por las inundaciones, tuvo momentos sobrecogedores por parte de sus verdaderos protagonistas: las víctimas y su determinación para salir adelante, a pesar de sus «cicatrices en el alma».