ETA ha consumado sus atentados con una estrategia previa de construcción política del extraño (el español, el opresor…), a la que ha seguido un proceso de producción social de la distancia (aislamiento, no son de los nuestros), cuya consecuencia ha sido la generación de la indiferencia moral. El asesinato no es más que el último eslabón de este proceso.
Aunque todas las víctimas son iguales desde la perspectiva del sufrimiento causado a sus familiares, aunque todas son iguales desde la perspectiva del lenguaje normalizado (según el diccionario víctima es toda aquella «persona que muere por culpa ajena o por causa fortuita»), las víctimas del terrorismo son víctimas de una naturaleza muy especial. Ser víctima del terrorismo no es, simplemente, ser víctima de una causa particular, distinta de otras (de la siniestralidad laboral, de la violencia contra la mujer, de un robo con violencia). El complemento «del terrorismo» no es un mero añadido informativo que busca especificar la causa por la que se es víctima, con el fin de diferenciar entre distintas causas. Las víctimas del terrorismo, todas las víctimas del terrorismo, no han sido simplemente (si es que se puede utilizar este término cuando hablamos de lo más terrible que puede hacer una persona contra otra) asesinadas. Las víctimas del terrorismo han sido exterminadas.
Escribe Sven Lindqvist que en latín «exterminio» significa poner al otro lado de la frontera, terminus. Las víctimas del terrorismo, en Euskadi, han sido víctimas de una determinada perspectiva sobre lo que esta sociedad debe ser. Una perspectiva cuya característica más destacable es la de considerar que en el Nosotros vasco hay determinadas personas que están de sobra. Personas que, porque están de sobra, deben ser puestas más allá –ex terminus– de la frontera moral que define ese Nosotros. ¿A través de qué medios? Puede ser mediante la amenaza y el amedrentamiento, de manera que finalmente opten por dejar el país. O puede ser, también, mediante la más expeditiva eliminación física. Las víctimas del terrorismo, pues, constituyen una comunidad caracterizada por el hecho de que todas ellas han sido asesinadas o malheridas tras haber sido previamente definidas como población sobrante.
Como señala Bauman, el Holocausto fue posible sólo tras un largo proceso de producción social de la distancia, condición previa para la producción social de la indiferencia moral. Sólo así fue posible generalizar entre los alemanes la convicción de que por muy atroces que fueran las cosas que les ocurrían a los judíos, nada tenían que ver con el resto de la población y, por eso, no debían preocupar a nadie más que a los judíos. Por su parte, Beck denomina construcción política del extraño al proceso que hizo que tantas personas pasaran «de vecinos a judíos», siendo así expulsados en la práctica del espacio de los derechos y las responsabilidades. Del mismo modo ETA ha consumado sus atentados sobre la base, absolutamente imprescindible, de 1º) una estrategia previa de construcción política del extraño (el español, el opresor, el represor…), 2º) a la que ha seguido un proceso de producción social de la distancia (aislamiento, no son de los nuestros), 3º) cuya consecuencia ha sido la generación de la indiferencia moral. El asesinato no es más que el último eslabón de este proceso.
Cuando, hace ya siete años, ETA asesinó a Miguel Ángel Blanco el entonces lehendakari, José Antonio Ardanza afirmó, solemnemente que de ETA no nos separaban sólo los medios, sino también los fines. Así es. La Euskal Herria soberana en la que piensan los nacionalistas democráticos y aquella en la que sueña ETA no son, no pueden ser, la misma. Es por eso que la Euskadi (o la Euskal Herria) del futuro debe ser la antítesis de la Euskadi (o la Euskal Herria) del exterminio. Y cualquier apariencia de coincidencia, acuerdo, complicidad, colaboración o compatibilidad entre ambas es una indecencia que no podemos permitir.
Recordemos a las víctimas. Pues, como recuerda John Berger: «La memoria entraña un acto de redención. Lo que se recuerda ha sido salvado de la nada. Lo que se olvida ha quedado abandonado». Hagamos memoria de las víctimas. De todas las víctimas, en su compleja diversidad. Sin olvidar, en el caso de las víctimas de ETA, que todas ellas han sido víctimas por la misma razón: porque no tenían lugar en un sueño totalitario de purificación, donde ninguna pluralidad es admitida y ninguna diversidad reconocida.
Imanol Zubero, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 20/7/2004