Raúl López Romo-El Correo
- Las autoridades son las principales responsables de lograr que en la enseñanza se generalice el testimonio de afectados por ETA, el yihadismo y otros extremismos
Las víctimas educadoras son aquellas que acuden a los centros de enseñanza con una intención pedagógica: transmitir su experiencia personal sin odio ni ansias de venganza. No van a echar un mitin ni a adoctrinar. Asisten a título individual, no en representación de una entidad determinada. Y lo hacen gratis et amore. En España hay un centenar de damnificados por el terrorismo que realizan esta encomiable tarea después de seguir una formación y con la ayuda de planes diseñados por el Ministerio del Interior, el Gobierno vasco, el de Navarra, otros ejecutivos autonómicos, la Fundación Víctimas del Terrorismo, el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo o profesores por cuenta propia. La mayoría son víctimas de ETA, pero también las hay del yihadismo y de otras bandas extremistas. Su mensaje es universal. Lejos de caer en memorias de trinchera, escuchar a una sirve para deslegitimar cualquier forma de violencia política.
Sus motivaciones son variadas, aunque suelen aparecer las siguientes: 1) Que lo que sufrieron no se repita. 2) Dejar un legado que los jóvenes conozcan y aprovechen. 3) Que se escuche su voz y no la de quienes justifican a los perpetradores. 4) Traer a la memoria a un ser querido injustamente asesinado y hacerlo así vivir nuevamente. No conozco a ninguna que se haya arrepentido de haber entrado a un aula; es reparador. Sí a unas cuantas a las que les gustaría hacerlo, pero no les han llamado. Faltan institutos que lo demanden. También falla la ambición política para difundir la experiencia. Ahora bien, con unos pocos colegios implicados, en Euskadi fundamentalmente concertados, ha bastado para obtener datos positivos.
En efecto, el resultado es excelente. No se trata de sustituir a los libros de texto. Es un complemento perfecto; una actividad que los alumnos recordarán para siempre, tanto o más que las visitas de campo. El problema es que, al acabar el curso, habrán sido pocos los que reciban esta lección de vida. Escuchan en atento silencio. Se ponen en el lugar del otro. Preguntan con curiosidad. Algunos se emocionan. A veces se sorprenden de que los afectados no pidan la pena de muerte para sus agresores. Al final, se acercan agradecidos. La sensación general es de haber hecho un trabajo significativo: no una tarea rutinaria más, sino algo que encaja a la perfección en el fomento de una competencia clave, la ciudadana.
Han pasado casi quince años desde que dos víctimas educadoras cruzaron por primera vez la puerta de un colegio en un programa institucional en el País Vasco. Fue en el San Pelayo de Ermua, una localidad emblemática en la respuesta social a ETA, que secuestró y asesinó a su vecino Miguel Ángel Blanco en julio de 1997. Pues bien, a pesar del tiempo transcurrido, a fecha de hoy no hemos logrado superar muchas de las suspicacias, las desconfianzas, los prejuicios ideológicos y los miedos que tuvieron que afrontar los promotores de aquel encuentro. Más allá de declaraciones retóricas, aquí tiene la izquierda abertzale una ocasión para demostrar que se toma en serio lo de que estamos en un nuevo tiempo. A fecha de hoy, no solo rechazan escuchar a las víctimas: se lo están impidiendo a los jóvenes con excusas que suelen empezar por el ‘whataboutism’: y tú más. Clásico argumento que criticamos en los adolescentes.
Podría ser peor. En Irlanda del Norte no existen programas de víctimas educadoras. Al contrario. Cuenta el historiador Henry Patterson que a veces son los viejos pistoleros los que tienen la posibilidad de expresarse ante una audiencia escolar para justificar su pasado. Es otro ‘éxito’ del ‘modelo irlandés’. Esperemos que eso aquí no se instale, aunque ya ha habido algunos conatos, sobre todo en la Universidad, con las charlas de López de Abetxuko o Ainhoa Ozaeta.
La memoria histórica de la Guerra Civil y del franquismo, especialmente la de sus víctimas, también sigue siendo una ‘asignatura pendiente’, como reza el título del libro de Enrique Javier Díez. Por supuesto, estos ‘males de muchos’ no son consuelo. Nuestras autoridades educativas son las principales responsables de avanzar hacia un ideal alcanzable: que el testimonio de las víctimas se generalice en la educación, al igual que en otros países se hace con los supervivientes y testigos de Auschwitz, introduciéndolo en el currículo. Hay formas: presencialmente o mediante videotestimonio. En esa labor nos encontrarán como aliados.