Florencio Domínguez, EL CORREO, 26/6/12
La semana pasada se constituyó en Belfast un Foro de Víctimas y Supervivientes del conflicto de Irlanda del Norte, impulsado por las autoridades locales. Los días previos a la creación de este foro estuvieron marcados por la polémica debido a la designación para formar parte del grupo de Eibhlin Glenholmes, dirigente del Sinn Fein que figuró durante décadas en la lista de miembros del IRA más buscados por las autoridades británicas acusada de diversos atentados en el Reino Unido. Glenholmes logró eludir a la justicia ocultándose fuera de Gran Bretaña y de Irlanda. Algunos críticos con su presencia en el foro de víctimas se preguntaron qué pasaría si hubiesen designado para formar parte de ese grupo a alguno de los paracaidistas implicados en el Domingo Sangriento, la matanza de trece manifestantes causada por los soldados en 1972 en Derry.
La polémica de Irlanda del Norte sirve para poner de relieve cómo, catorce años después de los acuerdos de paz de Viernes Santo, las heridas causadas por el terrorismo siguen sangrando y la coexistencia de los terroristas y sus víctimas sigue siendo difícil. Y eso que Glencree está más cerca de Belfast que de Vitoria y que han pasado ya casi tres lustros desde que llegó la paz oficial. En el País Vasco han pasado sólo ocho meses desde que ETA dijo que renunciaba a la violencia –decisión sobre la que ahora está discutiendo de nuevo de la banda, lo que le da un carácter de provisionalidad al anuncio del 20 de octubre– y abundan los movimientos encaminados a buscar el reencuentro entre víctimas y verdugos o a estudiar aplicaciones más benignas de las leyes penales en nombre de los nuevos tiempos.
Los encuentros entre algunas víctimas y algunos presos, más allá de la carga simbólica que tienen, que es grande, han sido sobredimensionados. Esas iniciativas implican a muy pocas víctimas y a muy pocos reclusos.
Una buena parte de las víctimas tiene la percepción de que se está extendiendo un clima social en el País Vasco que les presiona a ellas y que se quiere acuñar la imagen de unas víctimas políticamente correctas a las que se aplaude como víctimas ejemplares, frente a otras incómodas a las que se adjudica el papel de malo de la película. Mientras, los reclusos de ETA, que han demostrado mantenerse en el inmovilismo absoluto, están a salvo de esas presiones colectivas. No solo eso. No falta quien se oponga a que se reclame a los reclusos que pidan perdón por sus crímenes o que colaboren con la justicia. Unos dicen que eso es una humillación para los etarras, otros prefieren pasar de puntillas sobre esas exigencias en nombre del pragmatismo. A las víctimas que demandan únicamente justicia, sin ponerle apellidos, se les mira mal.
Ante tanta prisa ambiental tal vez sea conveniente prestar atención a las palabras que el exministro israelí Shlomo Ben Amí pronunció durante su reciente estancia en Bilbao: «La reconciliación no es necesaria para que haya paz. Si viene, será después».
Florencio Domínguez, EL CORREO, 26/6/12