Más allá de las próximas elecciones, el PP y el PSOE quizás deberían pensar en lo único que debería importarles: en su país y en los ciudadanos, en las enormes dificultades por las que están pasando y en la gravísima situación económica y social en que se encuentran. Hoy unos están muy contentos y otros muy tristes.
El dirigente político que más arriesgaba en estas elecciones era, paradójicamente, Mariano Rajoy. Aunque el PP hubiera ganado en números absolutos, si no lo hacía con la contundencia que ha demostrado, al líder del PP le esperaban con afilados cuchillos poderosos rivales de su partido. Había apostado por una táctica peligrosa: apenas enseñar sus cartas y dejar que el adversario se hundiera por sí solo. Vistos los resultados, ha acertado.
Pero no sólo ha acertado. La derrota histórica del PSOE ha coincidido con la victoria histórica del PP: nunca el primero obtuvo tan pocos votos, nunca tantos el segundo. Ha sido una victoria redonda: ahora los populares se dirigen confiados para consumarla hacia las elecciones generales. El poder une, la perspectiva de alcanzarlo todavía más. Ya no hay dos partidos dentro del PP, sino sólo uno, el que preside Rajoy. Afortunadamente.
Por estas mismas razones, todo lo contrario sucede en el PSOE: el horizonte es más incierto que nunca. Tras once años de poder incontestado dentro de su partido, al menos de cara al público, el tiempo de Zapatero ha terminado: deja la herencia que merece su frivolidad como gobernante y en el PSOE no se vislumbra, por ahora, futuro inmediato alguno. En la noche electoral, Rubalcaba no ponía cara de estar animado a presentarse a unas primarias y a Chacón ni se la vio. Cualquiera que se considere continuador de Zapatero está condenado a ser un perdedor, bien en las primarias, bien en las generales, y no se divisan ni líderes, ni ideas, ni equipos de recambio. Han sido once años de temor, silencio y mediocridad: sólo imagen y marketing. Estas cosas se pagan.
Más allá de las próximas elecciones, el PP y el PSOE quizás deberían pensar en lo único que debería importarles: en su país y en los ciudadanos, en las enormes dificultades por las que están pasando y en la gravísima situación económica y social en que se encuentran. Hoy unos están muy contentos y otros muy tristes. A partir de ahora, ambos partidos deberían estar, sobre todo, preocupados, es más, preocupadísimos. Y quizás dejar de pensar sólo en cómo pueden ganar, o perder dignamente, las próximas elecciones, para empezar a pensar que lo necesario es ponerse de acuerdo en algunos aspectos esenciales que requieren un esfuerzo común: las reformas económicas, laborales, financieras y administrativas que desde hace tanto tiempo están pendientes.
Un invitado inesperado se coló durante la última semana electoral: los indignados que abarrotaban las plazas. Valdría la pena escucharles un poco.
Francesc de Carreras, LA VANGUARDIA, 24/5/2011