José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 21/11/11
La victoria ayer del PP se fundamentó: 1) en la férrea fidelidad de voto de los electores conservadores que respaldaron herméticamente a Rajoy; 2) en la debacle absoluta del PSOE que perdió nada menos que cuatro millones y medio de votos y 3) en un muy limitado trasvase de sufragios de los socialistas a los populares: apenas cuatrocientos mil.
Estos tres factores demuestran que la estrategia de Mariano Rajoy era la acertada ante quienes le pedían otras formas de conducirse, la explicitación de compromisos y la elevación de su perfil ideológico. Si hubiese hecho caso a quienes le reclamaban otra estrategia, quizá hoy no estaríamos ante la victoria histórica del PP lograda, paciente y certeramente, por el extremo desgaste del adversario socialista, al que el presidente del PP ha dejado que cometiese error tras error, que consumase todos y cada uno de sus despropósitos -de planteamiento social y de gestión de la crisis-, evitando entrar a las trampas que le tendía Rubalcaba y persistiendo robóticamente en un discurso centrado, de moderación y que convocaba a la sociedad española en su conjunto.
La izquierda -y Rajoy lo sabía- no se iba a pasar a las filas del PP. Y ayer no lo hizo: la izquierda ayer se suicidó al dejarse en el empeño cuatro millones de sufragios que en parte nutrieron a Izquierda Unida (pasa de 2 a 11 diputados) y a UPyD (pasa de 1 a 5 escaños). Otros se quedaron en la abstención y algunos migraron a los partidos nacionalistas. Rajoy, con su aire de espectador despistado, aceleró el deterioro del PSOE a cuyos dirigentes llegó a desquiciar. El gallego sólo esperaba, como el moro, ver pasar el cadáver de su enemigo sentado en la puerta de su casa. El resultado -una mayoría absoluta de 186- beneficia al PP tanto como destroza al PSOE, que obtuvo los peores registros de su historia. Rajoy había advertido que él siempre prefirió a Rubalcaba de contrincante antes que a cualquier otro dirigente socialista, fuese quien fuese. Porque el presidente del PP tenía tomada la medida al cántabro, al PSOE y, lo que resultaba esencial, a su propio partido.
La falta de aceptación generalizada de su liderazgo en el PP aconsejó a Rajoy una táctica y una estrategia -a corto plazo, la primera, a medio, la segunda- según la cual la única manera de vencer era por debacle o bancarrota del contrario, cohesión propia y un pequeño suministro de votos ajenos. El pragmatismo llevado a su máximo extremo; la eficiencia en su expresión más acabada; el dominio de los tiempos con pulso firme. He ahí al hombre perdedor que lleva ganando batallas desde hace tres años y que ayer -sin carisma, con el puro en la boca, con su ritmo caribeño y demás tópicos descalificatorios- llevó a su partido al mejor resultado de su historia; contempló el hundimiento del PSOE; liquidó al zapaterismo y a los restos del felipismo y se dispone ahora a gobernar con un discurso estadista como fue el que pronunció ayer al obtener la victoria.
Casi todo le salió bien a Rajoy salvo el frenazo del PP en el País Vasco con una preocupante emergencia de Amaiur y un repunte -sólo tres escaños más- en Cataluña que se pretendió más ambicioso, pero que acreditan que al frente de una derecha ganadora sólo puede estar un líder reformista, moderado y que, si no afección, no genere rechazo. El ejercicio del poder blando por Rajoy ha sido la clave. Y su generosidad: sin olvido, pero sin rencor. Ayer Aguirre saludaba desde el balcón de la calle Génova, cuando hace apenas tres años y medio -marzo de 2008- se embozó tras las cortinas de la sede popular dispuesta a un asalto a la dirección del PP para librarle de “maricomplejines”. Ya ha demostrado que no lo era, que no lo es, y apunta maneras para asegurar que no lo será.
Nadie logró como él que Alfredo Pérez Rubalcaba (“¡merecemos un Gobierno que no nos mienta!”, marzo de 2004) haya tocado el fondo del infierno político. En el arrasamiento del adversario, sin más ayuda que sus votos ligeramente incrementados, Rajoy alcanzó ayer la mayor victoria de la derecha democrática española desde que la Constitución de 1978 estableció el sistema de libertades y sólo seis meses después (22-M) de haber batido al PSOE de cualquier parcela significativa de poder municipal y autonómico. Algunos estarán pensando en la sabiduría del refranero español que asegura que en boca cerrada no entran moscas.
José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 21/11/11