La arrolladora victoria obtenida por Mariano Rajoy dejó ayer al PSOE de Rubalcaba con el peor resultado de su historia y solo permitió el afianzamiento de CiU como tercera fuerza, el más que notable ascenso de IU, la irrupción de Amaiur en las Cortes y el incremento de la representación de UPyD. En Euskadi las elecciones de ayer vinieron a confirmar y agudizar las tendencias que apuntaron los comicios locales y forales del 22-M: un panorama mayoritariamente nacionalista aunque territorialmente heterogéneo, en el que el regreso de la izquierda abertzale a la legalidad discute el dominio jeltzale, mientras que los socios que sostienen al Gobierno López -PSE-EE y PP vasco- no salen beneficiados ni siquiera por la dinámica bipartita de las generales. La alternancia al frente del Ejecutivo central tiene lugar en unas circunstancias especialmente difíciles para liderar desde la política el rumbo económico y social del país. El PP venció ayer movilizando a su electorado frente a la inhibición de buena parte de los votantes que el socialismo intentaba retener. Rajoy cuenta con razones para sentirse presidente de todos los españoles y actuar como tal. Ninguna formación ha ostentado en democracia el poder que manejarán los populares durante los próximos cuatro años desde la Administración central, desde los gobiernos autonómicos y desde las alcaldías. Pero la gravedad de la situación no exime al partido en el Gobierno de procurar el más amplio consenso en materia económica, ni permite a la formación derrotada, en gran medida a causa de esa crisis, eludir su cuota de responsabilidad. Los socialistas tienen ante sí la tarea de digerir una derrota sin paliativos que abre la incógnita sobre su liderazgo futuro sin que puedan inhibirse de las responsabilidades que les atañen no solo por la representatividad que ostentan sino por el hecho de que han gobernado durante los ocho últimos años. Todo ello con una matización: que esta vez el deseable consenso no representa un valor superior a la urgencia con la que han de adoptarse medidas eficaces por parte del nuevo Gobierno.
ESTABILIDAD INSTITUCIONAL
Las primeras elecciones libres de la amenaza terrorista han sido ventajosas para la izquierda abertzale. Algo que puede resultar descorazonador para quienes se han visto perseguidos por sus ideas, pero que refleja la diversidad del mosaico vasco difícil de engarzar tanto de cara a la convivencia política que Euskadi necesita como en relación a su entronque con la España constitucional. Los comicios de ayer fueron el punto de arranque de la larga campaña que nos conducirá a las próximas autonómicas y su escrutinio ofreció argumentos favorables al entusiasmo soberanista. La encomiable solidez electoral que mostró el PNV ante la efervescencia representada por Amaiur vaticina un apretado pulso en el mundo nacionalista. Pero sería deseable que tal disputa no condujese a una dinámica de emulación ascendente en clave independentista, o que la competencia doméstica desviara la atención y las energías institucionales de aquellos desafíos que Euskadi comparte con el resto de España frente a la amenaza que representa la crisis. En este sentido, y aun siendo legítimo interpretar el veredicto de las urnas como emplazamiento para un adelanto de los comicios autonómicos, sería conveniente que la estabilidad institucional y los calendarios previstos primaran sobre cualquier otra reclamación.
Editorial, EL CORREO, 21/11/11