JORGE BUSTOS-EL MUNDO
GRETA no como excepción sino como norma. Greta sincronizando el estreno mesiánico y precoz de su vida pública con su niñez más tierna. Greta, la mirada mosaica de Greta abroncando al incorregible pueblo de Israel que se ha entregado a la idolatría del Ceodós. Greta como sibila veterotestamentaria que habla con la Energía en las cumbres limpias del mundo y que baja –en bici de montaña, se entiende– para someter a la adolescencia europea con el fuego azul de sus ojos santos. El nitrógeno líquido de la mirada de Greta como próxima inspiración para la Marvel. Greta girando por las naciones empecatadas de combustible fósil, predicando la segunda venida del Oxígeno, convirtiendo a millones, ahormando legislaciones, entrullando a los cabrones que se ríen de Greta.
Greta que un día, tras varias vueltas al mundo en velero y una en el pájaro humano de Da Vinci, se hace mujer y enamora a un muchacho. A un chaval esforzado, que sacrifica su pasión por el codillo en el altar vegano de su amor a Greta. El pánico de nuestro chico a desairar a Greta, a desplazarse un día de lluvia en taxi aunque sea en taxi híbrido, su terror a ser descubierto con un bonobús caducado en la cartera.
Greta presidenta. Greta mandando en la UE. Greta hablando por las noches con los espectros de Calvino, Robespierre y Vladímir Ilich Uliánov. Greta comprendiendo que todos los europeos somos ya tan niños como los que poblaban los campus americanos, y que puede asustarnos como se asusta a los niños, hablarnos despacito y simple como se habla a los niños y limpiarnos la mierda de nuestro culo bien dispuesto como etcétera. Greta acertando al interpretarse a sí misma como corolario de un adanismo pandémico que empezó a propagarse a principios de siglo a través de las redes y que en España, sin ir más lejos, propició un bloqueo de una década porque los políticos renunciaron a dirigir mensajes complejos a sus granjaescuelas de voto. El gretismo, al fin, como alternativa única a la derecha y a la izquierda, al populismo y al nacionalismo. Una sola hegemonía verde, infantil, autista, ni macho ni hembra.
Greta anciana, contemplando la vasta extensión de sus dominios desde la espalda del tiempo. Greta oteando un huerto urbano sin confines, patrullando la omertá de la tecnología. Greta triunfante, constatando que el sucio mundo de lo humano contra el que se alzó no concluye entre rugidos de motores polvorientos, como en Mad Max, sino con un suave gemido de blanca aceptación, como en 2001: Odisea en el espacio. Y Greta sonriendo.