Para el autor de este análisis, la disminución de la influencia de ETA en la sociedad española también es una consecuencia del incremento de la población emigrante y de la aparición del terrorismo islamista.
Durante más de 40 años, el grupo terrorista separatista Patria Vasca y Libertad (ETA) fue una fuerza considerable en la política y la sociedad españolas. Los atentados del grupo se cobraron más de 800 vidas, incluidas las de muchos altos cargos del gobierno, y en sus mejores momentos, ejercía un control de facto en grandes zonas del País Vasco, tanto en España como en Francia. Esta combinación de poder duro y blando permitió al grupo definir los parámetros no sólo de los debates políticos y académicos sobre la autonomía vasca, sino también de grandes debates sobre el regionalismo al final de la era de Franco y, más tarde, en la España democrática.
Sin embargo, ahora ETA es una sombra de lo que fue. Las fuerzas del orden de Francia y España han desmantelado con éxito sus redes de suministro y comandos, gracias a mayor cooperación de las autoridades francesas en los estos últimos años lo que ha privado a la organización de su tradicional puerto seguro al otro lado de la frontera. Además, los grandes cambios de la sociedad española han afectado a cómo se perciben las acciones de grupo. La democracia española se ha fortalecido, ETA se ha encontrado cada vez más marginada dentro del sistema político y, al mismo tiempo, las discusiones de la sociedad sobre la identidad “española” se han visto reformadas por el gran afluencia de inmigrantes durante las dos últimas décadas.
Esta decadencia puede verse en las reacciones al reciente anuncio de alto el fuego de ETA que fue tratado con desinterés por los medios nacionales y desestimado por los ministros del gobierno deseosos de obtener un rédito político del estado de “victoria” sobre el grupo separatista. Uno dijo que ETA estaba “muy debilitada”, mientras el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, sugirió que el grupo “paró porque no puede hacer nada”. En el País Vasco continuará habiendo restos de la red de ETA, pero ahora las autoridades parecen seguras de que puede ser controladas. Como prueba de este aspecto, 10 días después del anuncio del alto el fuego, la policía española realizó una gran redada en España, arrestando a casi todos los vestigios de Ekin, el brazo político ilegal de ETA.
Aunque las autoridades españolas están ansiosas por anunciar la desaparición de ETA, otro factor decisivo fueron los atentados de Madrid de 2004 que introdujeron a España en un nuevo tipo de terrorismo. Para un país muy dividido por luchas internas y partidistas, darse cuenta de que ahora la principal amenaza para la seguridad nacional venía de fuera, y que las disputas internas estaban reduciendo la capacidad de España de defenderse por sí misma fue un gran shock. Los atentados de Madrid y la amenaza del terrorismo islámico obligaba a eliminar la capacidad operativa de ETA en favor de la seguridad nacional porque la cuestión vasca estaba agotando casi todos los recursos contra el terrorismo.
A nivel político, el latente apoyo a la causa de ETA o a sus formas, que en ocasiones encontró en la izquierda política y en otras regiones españolas, casi desaparecieron repentinamente. En conjunto, la acomodada sociedad española se alejó de su obsesión del amargo legado de la época de Franco. Dentro del amplio contexto de la masiva inmigración y del creciente carácter multicultural de la España urbana, los atentados de 2004 en Madrid casi erradicaron completamente la reclamación típica de la militancia de ETA. Efectivamente, por primera vez desde 1968, la violencia desapareció del proceso político y permitió a España afrontar una nueva política regional.
Este nuevo enfoque no vino sin debate ni asperezas, pero eliminar a ETA de la ecuación abre toda una gama de posibles resultados. A causa de ETA, el problema vasco ejerció una influencia desproporcionada y dominante en la política regional de España. Por ejemplo, la autonomía catalana estaba muy retrasada por la amenaza vasca, cualquier concesión a Barcelona habría sido inmediatamente pedida por Bilbao, acrecentada con la amenaza de violentas represalias. El legado de Franco, que hacía hincapié en la unidad de España, se sintió en todas las regiones del país, incluso en Madrid, pero estos debates multidireccionales eran eclipsados por una única lucha bilateral y sus más extremos defensores.
Como la influencia de ETA ha languidecido, en el regionalismo español han emergido importantes nuevas tendencias, reforzadas por la agenda federalista del presidente del gobierno de izquierdas, José Luis Rodríguez Zapatero. En 2006, el Estatuto de Autonomía catalán fue ratificado en referendum y transformado en ley, dando a la región la mayor autodeterminación del último siglo. En las elecciones regionales de 2009 volvieron gobiernos no nacionalistas –es decir, no separatistas- a Galicia y al País Vasco por primera vez desde la muerte de Franco, mejorando considerablemente la cohesión y eficacia del sistema político interno.
Las cuestiones de identidad y de nacionalidad se han visto ampliamente afectadas por la inmigración. España representa el 25% de toda la inmigración europea y en los últimos 20 años los inmigrantes han pasado de ser menos del 1% a superar el 12% de la población. Los tradicionales parámetros de debate de la identidad española y del grupo étnico se han ampliado con la llegada de importantes comunidades sudamericanas, africanas y asiáticas. Así como los atentados de Madrid internacionalizaron las percepciones sobre la amenaza a seguridad de España, la inmigración está creando un nuevo paradigma multinacional sobre cuestiones de integración étnica y cultural.
Ciertamente, eficaces operaciones de antiterrorismo transnacional han desempeñado un importante papel en la marginación de ETA, ayudando a desmantelar redes terroristas y cadenas de suministros dentro y fuera de Europa, constriñendo a casi todos los grupos terroristas del continente. Con la aparición de la amenaza terrorista islámica cada vez más enfocada hacia la seguridad europea y la agenda antiterrorista, los grupos terroristas locales han luchado para mantener apoyo y legitimidad.
En términos más generales, la decadencia de ETA y de otros grupos terroristas separatistas europeos también refleja el cambio de dimensiones de la sociedad europea. Esto ha incluido la expansión de la democracia y las tendencias complementarias a favor de una integración supranacional más sofisticada junto con mayores niveles de autonomía política regional. Los cambios demográficos y culturales también han movido la agenda política desde las cuestiones más locales a amenazas más generales.
Para España, a menudo vista como un país atrasado por el legado de la época de Franco, el mapa político interno se está rediseñando hacia unos horizontes internacionales. La marginación de ETA debe ser vista como un aspecto coyuntural en este proceso. La supresión de la violencia de la escena política debe ser vista como una nueva política regional y tanto España como sus regiones sólo así pueden hacerse todavía más fuertes.
(Iain Mills es un escritor independiente que vive en Beijing)
Iain Mills, World Politics Review (EEUU), 22/9/2010