En España, por primera vez, hay una generación entera, camino de dos, de jóvenes que no vivirán peor que sus padres, como suele decirse, porque sus padres y abuelos han creado una base económica y social de sustentación y seguridad sin precedentes en nuestra historia, pero sí que carecen de la esperanza y la fuerza de cuatro generaciones de españoles desde finales de los años 50. Lentamente, hasta el Plan de Estabilización y liberalización económica de 1959; aceleradísimamente hasta 2007, con dos épocas especialmente fecundas, el tardofranquismo y los años de Aznar, en España se ha mejorado en lo material como en pocos países del mundo. Sin embargo, la vitalidad social, desde la natalidad a la confianza en el futuro, es mucho menor que en los años del Desarrollo, de la Transición, del 1992 olímpico o de la plena inserción en Europa de 1996 a 2004.
Hace dos años, la crisis económica y la parálisis del PP de Rajoy alumbraron la idea de que España, según el siniestro designio de ZP, podía reinventar el pasado, deshacer la Transición y volver a 1931 y a las checas del 36. La Ley de Venganza Histórica es fruto de esa abominación totalitaria. Hoy, lo único que cabe esperar de Podemos es el crimen de lesa cursilería; el de Ciudadanos, el ensueño del Centro; del PP y del PSOE, nadie espera nada, salvo que sigan ahí… y siguen. Pero los problemas de España, especialmente dos: la politización o corrupción judicial-policial y la ausencia del Estado de Derecho ante el separatismo, siguen ahí. Limpiar y democratizar las instituciones es tarea tan poco brillante como limpiar la casa a diario, pero esencial. Lo único que dignifica a la política.