ANTONIO ELORZA, EL CORREO – 18/08/14
· Gracias a su gestión económica y su pedagogía islamista, Erdogan ejerce un monopolio institucional absoluto.
Vieja Turquía, nueva Turquía. Fue el eslogan de la campaña de Tayyip Erdogan, primer ministro y presidente del partido islamista AKP. Convertida en realidad, su victoria en las primeras elecciones directas para la presidencia de la república le permitirá, en dos plazos consecutivos de cinco años, celebrar el centenario de la proclamación de la república en 2023. El régimen será muy diferente del proyectado por Mustafá Kemal, e incluso del que tuve el honor de celebrar en la Embajada turca de Madrid en octubre de 1998, por el 75º aniversario. Del laicismo quedará una sombra de tolerancia, el rechazo del pasado otomano habrá cedido paso a un neootomanismo evocador de un pasado bélico fundacional (1453, el Fatih y Selim I dando nombre a los puentes del Bósforo, más un nuevo relato histórico de la nación que lleva a él, a Erdogan), y la dictadura pedagógica de Kemal, preparatoria de la democracia, habrá desembocado en una dictadura sin división de poderes, confirmada por elecciones sin espacio para la oposición.
Desde la fundación de la república en 1923, Turquía vivió en un permanente conflicto, entre el proyecto de construcción nacional laica de Kemal, siempre minoritario, sustentado en el Ejército, y la mentalidad islámica que seguía imperando en la mayoría de la población y en élites tradicionales. A favor de las crisis de los partidos tradicionales –y de la economía–, el islamismo pragmático de Erdogan y el presidente saliente, Gül, pudo llegar en 2001 al poder, adecuando con éxito su gestión a las exigencias de una economía abierta y, sobre todo, con una hoja de ruta que asumía los obstáculos institucionales –Judicatura, Ejército, laicismo– para ir desmontándolos uno a uno, y a veces sin cuidar en los medios (casos de la dudosa conspiración militar ‘Ergenekon’ o del encarcelamiento masivo de periodistas para domesticar la opinión pública).
Su islam en apariencia moderado implicaba cautela, no renuncia a los objetivos finales: eran estaciones en un viaje en tren hacia el objetivo final. Además ahora el islamismo no es solo patrimonio de clases tradicionales, sino también de una nueva burguesía, cuyas mujeres cumplen con el mandato religioso del velo mediante túnicas elegantes de colores (tesettür) compradas en los comercios del tipo Tekbir, y hacen propaganda política casa por casa, sin que les importen los anatemas de quienes en barrios y pueblos tradicionales propugnan el niqab.
Paralelamente, en el vértice del Estado, Bulent Arinç, el menor de los tres fundadores del AKP y vicepresidente del Gobierno, practica la guerra por su cuenta llevando hasta la irracionalidad su pasión islamizadora. Desde su responsabilidad de las fundaciones religiosas, ha sido el artífice de la conversión en mezquitas de basílicas bizantinas (Trebisonda, Nicea) y propone a corto plazo la de Santa Sofía de Estambul. Su última ocurrencia consintió en oponerse a que las mujeres puedan reír en público, porque ello representa un atentado al pudor.
En este ambiente, nada tiene de extraña la exaltación de un nacionalismo de base religiosa. No han mejorado las relaciones con la principal minoría, los alevíes, a quienes pertenece el jefe de la oposición, Kemal Kilisdaroglu, ni con los armenios. Después de utilizar en un discurso hace días como estigma la pertenencia a dos minorías religiosas (alevíes y yazidíes), Erdogan comentaba con humor negro que le tildaban de georgiano (por su procedencia geográfica) y, lo que es peor (sic), de armenio, cuando su ascendencia desde los abuelos es turca. Ningún actor turco quiere asumir el papel en la película prevista sobre el asesinato del escritor turco-armenio Hrant Dink. El principio aplicable a todo es que Turquía cuenta con un 99% de musulmanes. Los brazos de Erdogan parecen solo abrirse hacia los kurdos, por la evidente ventaja electoral que obtendría de lograr allí la paz. Su solo anuncio puede favorecerle, a pesar de la presencia de un candidato de izquierda kurda, Demirtas.
La gran baza es el prolongado crecimiento económico desde la llegada al poder. Se tradujo ya durante las elecciones de 2011, intensificándose aun ahora en un monopolio absoluto de la propaganda, como si Erdogan fuera el único candidato. El capitalismo turco apuesta masivamente por él, de modo que al ocupar la presidencia gobernará con plena autoridad, por encima de la división de poderes, de los eventuales brotes de oposición y de una prensa democrática a extinguir. Ya ha dejado claro que no va a respetar la exigencia constitucional de ser presidente por encima de los partidos y sobre su asistencia solo ocasional a los consejos de ministros lo hará una vez al mes. Se ha permitido entrar en guerra con Fetüllah Gülen, patrón desde Estados Unidos de una especie de Opus Dei islámico. Si antes como primer ministro encarceló a los militares con el proceso ‘Ergenekon’, eliminó jueces y policías que descubrieron una corrupción demasiado cercana a su persona, reprimió brutalmente a los que defendían el parque Gezi y con ocasión de la reciente catástrofe minera se permitió abofetear a una víctima, ¿quién le va a frenar ahora? Menos ante las crisis de Ucrania, Siria e Irak: Obama necesita a Erdogan.
En el fin de campaña, no dirige los ataques más duros al candidato de consenso de la oposición, Ihsanoglu, musulmán demócrata, sino a los medios que le defienden. No tienen sitio en el país, les advierte. A una periodista de Zaman la llamó militante desvergonzada que «desconocía su sitio» como mujer. Y sobre todo ha conseguido que el grupo Dogan, editor de ‘Radikal’ y del diario democrático ‘Hürriyet’, haga dimitir el viernes a su director, Enis Berberoglu: su línea crítica era suicida cuando Erdogan iba a ganar con el 54%. El comentarista Yusuf Kanli no podrá responder otra vez desde sus páginas a la declaración xenófoba de Erdogan con un «¡Todos somos armenios!».
ANTONIO ELORZA, EL CORREO – 18/08/14