Viejos paletos ignorantes

LIBERTAD DIGITAL 01/07/16
CRISTINA LOSADA

La gente es muy mala. Ya se lo decía yo a los de la gente, pero a mí no me hacen caso. Yo no soy gente, y conste que no lo lamento nada. Por si se lo perdieron, que es lo más seguro: no hace mucho recordé a los de la gente que los españoles, cuando hablamos de la gente, y salvo que lo digamos singularizando («Fulano es buena gente»), lo cual ya es significativo, no hablamos a favor, sino en contra. Una lleva oyendo lo de «cómo es la gente» desde hace siglos, y esa es la fórmula suave. Pero ellos, erre que erre, venga a hacerle la pelota a la gente, esperando que la gente les hiciera la pelota a ellos. Sin percatarse de que ellos son la gente con la que menos se puede identificar mucha gente.

Todo ese artificio se vino abajo después de las elecciones. Lo echaron abajo ellos mismos, con sus propias manos, tecleando y berreando. La misma noche electoral ya estaban renegando de la gente. No sé si llegaron al exabrupto que lanzó una periodista cuando, después del exitazo del noalaguerra, de calles y calles llenas, ¡otra vez!, de gente contra Aznar y las Azores, el PP fue el partido más votado en unas municipales. «Por cada millón de personas que se manifestaban existían cuatro millones de hijos de puta que callaban sabiendo que iban a votar a Aznar», dijo en una entrevista Maruja Torres. Existían: he ahí el problema. ¿Cómo se puede tolerar la existencia de esos indeseables?

Aquello fue hace trece años y, ya digo, ignoro si los de la gente expresaron ahora con igual finezza su desprecio por la gente, pero hay un ramalazo de fondo que permanece. Es en ocasiones como éstas cuando se percibe claramente que aceptar la democracia cuesta mucho más de lo que parece. La democracia, como alguna vez ha escrito Guy Sorman, no sólo es un conjunto instituciones, sino una manera de vivir en sociedad que ha sido muy difícil de conseguir y que implica tolerar a aquel cuyas convicciones no compartimos, la modestia de creer que podemos estar equivocados, el respeto a todas las minorías. En nuestro caso, a quien no respetan los de la gente es a la mayoría.

Para ellos ha sido una crisis existencial descubrir que hay mucha más gente que piensa de otra manera y vota a otros. A otro, en concreto. Aunque la gota que colmó el vaso fue que hubiera menos gente que les votó a ellos. ¿Cómo puede ser que la mayoría de la gente no haya estado con los únicos legítimos representantes de la gente?, se preguntan. Y se responden: porque no son gente. Esto es lo que diferencia a los populistas: se proclaman el pueblo y echan del pueblo a los demás. No sólo están contra «los de arriba», como dicen. Están contra el pluralismo. Es justo por eso que los populistas son un peligro para la democracia.

Enfrentada al suceso más común y corriente en unas elecciones, que es perder votos, la tropa de la gente ha encontrado respuestas bien simples, a su nivel, y bien groseras. A mí la que más me gusta es la de que han perdido por culpa de los viejos paletos ignorantes. Porque hay demasiados viejos paletos ignorantes en España, que tienen el cuajo de ir a votar, aunque los deban llevar en parihuelas, y esos decrépitos carcamales son unos cobardes enemigos de la gente. Ah, si esta gente leyera a Bioy Casares querría librar aquí la guerra del cerdo, que iba de perseguir, atacar y, si cuadraba, exterminar a los viejos. «Se acabó la dictadura del proletariado para dar paso a la dictadura de los viejos», decía la novela del argentino. Aquí no habrá dictadura de la gente mientras los viejos sigan votando. Felicitémonos. Entretanto, sigan haciendo amigos, los de la gente. Quiero decir, sigan mostrándose tal cual son.