Eduardo Uriarte-Editores
Salvo por el pertinaz acoso de ETA a la democracia española, en general, el ciudadano ha sido educado en la creencia de que ésta es irreversible y, si, además, gracias a una desorbitada deuda pública, el bienestar y la tranquilidad parecían estar garantizados ganase quien ganase las elecciones, se redundaba en la apariencia de la inviolabilidad de nuestra democracia. Vamos, el comentario de Churchill: que en democracia sólo te despierta el lechero.
Sin embargo, esa convicción empezó a tambalearse ante el primer toque de atención provocado por la crisis del 2008, pésimamente gestionada por los socialistas, el nacimiento de Podemos, y se ratifica con el derribo impulsado por el sanchismo del sistema del 78. Hoy empieza a palparse una situación de inestabilidad que recuerda al de la II República -que todos sabemos cómo acabó- donde la arbitrariedad en indultos, voluntarismos insurreccionales, y la dialéctica de “la vuelta de la tortilla”, hizo inviable aquel ilusionante proyecto.
Resulta preciso en su análisis el artículo de Haranburu Altuna (El paradigma Sánchez, EL CORREO, 16, 06, 2021) al tratar el modelo de Estado al que nos conduce nuestro actual presidente, caracterizado por el estado de disenso y cautivo, junto a su carácter autárquico y patrimonial. Aclarando rotundamente que “estas cuatro características se han ido consolidando hasta conformar un modelo de Estado o paradigma que se halla en contradicción con el Estado de Derecho constitucional que los españoles consensuamos mediante referéndum en 1978”.
Es evidente que la voladura del encuentro constitucional del 78 iniciado con el estandarte del “no es no”, abonado por el aglutinante ideológico único en el seno del actual PSOE, su cainita fobia al PP, tenía que finalizar, por consiguiente, en el bloque hegemónico de poder constituido por todos los partidos que quieren la ruptura política, bien por secesionismo o por antisistema. Dentro de esa dinámica se entiende la difamación exhibida por el socialismo español de convertir al PP, y no a los condenados por sedición, en responsables de la declaración de independencia de Cataluña. Este bloque hegemónico por la ruptura se manifestó nítidamente en el Congreso de los Diputados rechazando la moción que impedía la concesión de indulto a los condenados por este hecho.
Por todo ello resulta limitado y confuso el rechazo que Felipe González hace de los indultos circunscribiéndolo “a estas condiciones”, al hecho de que los beneficiados rechacen el marco de juego. Una vez que el expresidente socialista manifiesta su militancia “a fortiori” en su partido, le es imposible declarar que el actual problema de graves consecuencias inmediatas no reside en los indultos, sino en un partido, que de haber sido uno de los pilares del sistema, promueve una deriva contraria a él, en la que cualquier arbitrariedad, como en cualquier régimen bolivariano, encaja. El problema hoy no es la secesión catalana, es mucho mayor, el problema es el Sanchismo. Por ello Sánchez debiera agradecer a su predecesor la maniobra de despiste tan seductora como casi todos sus discursos. El problema hoy no es el secesionismo catalán, si los indultos se dan es porque su partido así lo quiere.
Dudo mucho de la frivolidad o la imprudencia de Sánchez que pudieran disculpar la aberración política que está a punto de cometer. Creo más en su consciente voluntad de constituir un sistema alternativo al del 78 por procedimiento fácticos, aunque el calificativo de fascistas se lo arroje a sus adversarios. Existe una concepción antidemocrática en su práctica tendente a arrojar del espacio político a toda aquella fuerza que no comparta su voluntad de ruptura, pero también, en el seno de la misma concepción, a todo contrapoder, institución u organismo, que no se muestre servil en su comportamiento o constituya una diversión de dónde reside el poder, aunque sólo fuera en apariencia. La actual formulación del Estado medievalizado conduce a una sola jerarquía. Estamos asistiendo al nacimiento de un dictador, aunque mantengamos formalmente el título de democracia como en Venezuela.