MIQUEL ESCUDERO-EL CORREO

Los tópicos siempre nos apartan del criterio más adecuado. Nos conviene, pues, enfrentarnos a ellos y poner en valor nuestra vida, también la de algunos que estuvieron en los aledaños del poder, pero no en la cima.

Pienso en un economista y en un arquitecto que desde el poder dejaron impronta de sus ideas y no se limitaron a ser meros funcionarios.

Nacido en Canadá, John Galbraith fue un estrecho colaborador de Kennedy, pero se opuso con firmeza a la intervención estadounidense en Vietnam. Era un pragmático que se expresaba con claridad: «Donde funciona el mercado, yo estoy a favor. Donde el gobierno es necesario, yo estoy a favor. Me es profundamente sospechoso alguien que dice: ‘Estoy a favor de la privatización’, o ‘Estoy totalmente a favor de la propiedad pública’. Yo estoy a favor de lo que funcione en cada caso particular». Suya es la jugosa frase: «Bajo el capitalismo, el hombre explota al hombre. Bajo el comunismo es justo al revés».

Poco antes de morir, Julio César contrató al arquitecto Marco Vitruvio, joven y brillante, y a instancias de él dictó limitar la circulación y evitar accidentes: «A partir del 1 de enero nadie podrá conducir un carro por las calles de Roma después de la salida del sol, salvo para transportar materiales para la construcción de templos o para obras públicas o para transportar escombros de la demolición de contratos públicos». Roma tenía limpieza periódica y un mantenimiento riguroso de sus vías. En su célebre tratado, Vitruvio dijo que los edificios debían ser «sólidos, útiles y hermosos». Con Augusto se formó el cuerpo de bomberos, los ‘vigili del fuoco’. Siempre con oportunas previsiones.