Lo que se ha visto es una respuesta raquítica de la izquierda abertzale -léase Batasuna- que, además de no condenar los ataques, ha puesto más intensidad en criticar las reacciones de las demás fuerzas políticas a la violencia que la acción de los encapuchados. Este comportamiento ya se ha dado en el pasado. No es novedoso y, desde luego, no aporta crebilidad alguna a la supuesta opción por las vías políticas.
La violencia callejera ha sido utilizada en diversas épocas por ETA y su entorno para cubrir la inactividad, voluntaria o forzosa, de la banda terrorista. El hueco que dejan los atentados que no se cometen se intenta ocupar con los ‘cócteles molotov’.
En 1992, cuando descendió la actividad etarra a causa de la crisis de Bidart, se disparó la violencia callejera para ocupar el vacío forzoso dejado por ETA. En 1998, el hueco fue voluntario por la tregua de Lizarra, pero la kale borroka no se detuvo, sólamente se hizo selectiva y se concentró en los adversarios ideológicos. Ese tipo de ataques crecieron, a pesar del parón del terrorismo, un 82%.
En el alto el fuego de 2006 tampoco se detuvieron los actos violentos del entorno etarra. ETA miró hacia otro lado diciendo que eran «muestras del enfado popular» y los justificó porque a fin de cuentas la Policía también seguía haciendo algunas detenciones. Cuando en las conversaciones con los enviados del Gobierno le pidieron explicaciones sobre esa violencia, los representantes etarras se hicieron los ofendidos como si se les insultara por sospechar de ellos. Batasuna calificó de «muy graves» un par de episodios (un ataque en Barañain y otro en Getxo), pero guardó silencio ante la mayoría de incidentes. La cifra de ataques fue creciendo a medida que se deterioraba el proceso como una forma de presión.
En cualquier caso, en ninguna circunstancia la violencia callejera ha sido un episodio desligado de la estrategia general de ETA y su entorno. Los sabotajes no fueron ni son obra de francotiradores del ‘cóctel molotov’, de disidentes o de saboteadores. Y mucho menos cuando nos encontramos ante un rosario de incidentes llevados a cabo en localidades separadas, coincidentes en el tiempo y realizados con premeditación.
En este momento no se sabe bien cuál es el objetivo de esta sucesión de incidentes, pero lo que es seguro es que no se trata de violencia gratuita. Tienen un objetivo y, además, de naturaleza política. Puede ser, como otras veces, que quieran ocupar el espacio que deja el silencio forzoso de ETA, puede ser que, una vez que se ha conseguido que EA firme la alianza independentista con Batasuna, ya no necesitan guardar las formas como antes y los alevines de la violencia vuelven por donde solían. Puede que quieran transmitirle un mensaje a alguien. Ya se verá.
Lo que se ha visto es una respuesta raquítica de la izquierda abertzale -léase Batasuna- que, además de no condenar los ataques, ha puesto más intensidad en criticar las reacciones de las demás fuerzas políticas a la violencia que la acción de los encapuchados. Este comportamiento ya se ha dado en el pasado. No es novedoso y, desde luego, no aporta crebilidad alguna a la supuesta opción por las vías políticas.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 19/8/2010