JUAN ANTONIO ORTEGA DÍAZ-AMBRONA-EL PAÍS

  • La alianza de coronavirus, crisis económica e independentismo unilateral adquiere enorme gravedad en España. No cabe resolverlo con consensos diminutos y es indispensable una cierta entente

Vivimos tiempos recios con malas noticias diarias. Ni el Gobierno independentista en Cataluña, ni los votos de censura por sorpresa, ni el adelanto electoral en Madrid con la entrada en liza de Pablo Iglesias, ni las debilidades del centrismo de Ciudadanos: nada de esto es buen presagio; todo muestra una tendencia de peligrosa polarización y protagonismo de los extremos. No vamos por buen camino y olvidamos los problemas esenciales, que se resumen en estos tres virus que nos amenazan en coalición:

El primero, claro está, es el coronavirus. Nos invadió desde principios de 2020 con efectos mortíferos. Frente a él se hizo cuanto se podía o sabía. Se improvisó mucho y acertó poco, sin diferencias entre derechas o izquierdas. Nadie se puede colgar medallas, ni decir “hemos vencido al virus”. El bicho nos maltrató, mató a mucha gente; ni siquiera sabemos a cuánta. Vinieron tres olas y nunca estuvimos bien preparados. En España sufrimos más infectados y muertos que en otros países de nuestro entorno. Ahora estamos con las vacunas, pero tampoco se ve buena organización. Van despacio y se agotan o suspenden.

  • La pandemia se llevó en 2020 un 10,8% del PIB español, dos décimas menos de lo previsto

La covid, por su parte, produjo crisis económica, explosión de pobreza, estancamiento económico, enorme paro y disparada deuda pública. Frente a ello tampoco nuestros resultados fueron brillantes. ¿Cómo es que el PIB cayó en España en 2020 un 10,8%, más que en cualquier otro país del euro, salvo Grecia? ¿Cómo se alcanzó a final de 2020 un 16,13% de paro sobre la población activa, más del doble que la media en la zona euro? Hemos sobrepasado ya los cuatro millones de parados, sin contar las personas en ERTE. El Ibex bajó desde diciembre de 2019 un 15,5%, frente a solo un 2,6% del Eurostoxx. ¿Qué nos pasa? ¿Por qué no hacemos más caso al Banco de España, al FMI o a la OCDE? ¿Por qué se arruinan tantas empresas? ¿Por qué, de las supervivientes, siete de cada diez padecen problemas angustiosos de liquidez?

El tercer virus es oportunista e insidioso: el independentismo unilateral —tipo Junts— con sus prófugos y fementidos, o modelo CUP, de rebeldes antisistema. Pretenden descoyuntar España como sujeto político, de espaldas al voto de todos los españoles, con el truco mágico y ventajista de una autodeterminación imaginaria. Es un virus que hiberna durante años y se activa si España se debilita. Es mutación del viejo carlismo (“todos juntos en unión” ¿recuerdan?) recombinado por iusnaturalismo añejo y romántico, trufado de totalitarismo y salpimentado de anarquismo. Resulta muy contagioso en tiempos de crisis. Ha infectado con virulencia en Cataluña y nos puede dar la puntilla a todos, sin que nadie gane.

Los tres virus se potencian entre sí dentro de esa extraña burbuja que nos rodea, contaminada de populismo simplificador, sea de derechas o de izquierdas, con el “sí se puede”, el “a por ellos”, “corruptos son los demás”. En esta situación los tres virus coaligados adquieren enorme gravedad.

Tamaña coalición viral postularía una gran coalición de gobierno para solventarlos con visión de futuro. Ante ellos no vale el corto plazo, ni las ocurrencias. Dividido el Parlamento en dos mitades enfrentadas estamos perdidos. El respaldo actual al Gobierno es insuficiente, azaroso y con fisuras. El poder no se puede jugar cada día a la ruleta rusa. Se requiere un esfuerzo sólido y continuado.

Con esto se abren muchos interrogantes: ¿No cabría establecer prioridades y planificar soluciones pactadas y sostenibles? En la pandemia ¿no sería fácil consensuar un refuerzo sin precedentes en nuestro sistema sanitario desde la atención primaria hasta la hospitalaria, tanto pública como privada, sin olvidar la enseñanza de la medicina e impulsar investigación científica en toda su amplitud? ¿No habría que incrementar la inversión en estas atenciones de forma sustancial? ¿Basta con haber aplaudido a los sanitarios? ¿No hay que incrementar ese personal de modo apreciable? ¿No es deseable convenir una ley orgánica nueva y consensuada para las alarmas sanitarias?

¿No hay que potenciar nuestra acción en la Unión Europea, ya sin el Reino Unido, pues nos jugamos allí decisivos intereses? ¿No nos iría mejor así, aunque solo fuera por conseguir antes más vacunas, mejores condiciones en las ayudas o menos displicencia ante los requerimientos de nuestros tribunales? ¿No se debe detener el retroceso económico de España en la convergencia con Europa? ¿No es penoso que hasta Chequia nos haya sobrepasado en renta per cápita?

Y ante el paro ¿cuándo aprenderemos que nuestras recetas habituales no valen? ¿Qué tara nos priva de alcanzar menos paro como otros? ¿No depende en gran medida de falta de reformas adecuadas en Formación Profesional? ¿No es mejor una primera ley consensuada y bien dotada para la FP que una octava ley educativa a cara de perro? ¿Cuándo vamos a alcanzar una inversión educativa del 5% del PIB?

Y qué decir del independentismo. ¿Conoce alguien el objetivo real del Gobierno? ¿Qué pasará cuando no haya más terceros grados que dar, más indultos que conceder, más sediciones que despenalizar, más relación bilateral que consentir, más genuflexiones que hacer, más chucherías que sortear, más desplantes y groserías que aguantar o más suculentos regalos bancarios que ofrecer? ¿Un referéndum como en Escocia? Y si sale no, ¿lo vamos a repetir? ¿Hasta que salga sí?

Ya sé que la gran coalición gusta poco en España y no me hago ilusión. Pero a grandes males, grandes remedios. Unos, como Alemania, apuestan por la gran coalición. Otros, como Italia, acuden a una personalidad de autoridad destacada como Mario Draghi. ¿Qué hacemos nosotros? Pues desviar la atención pública hacia problemas distintos a los esenciales, con confesionalismo secular variado, piqueta a la Monarquía, tarascadas a la Constitución y discurso político de la culpa, con improperios, insultos y denigraciones impropias. Ni nos ponemos de acuerdo en renovar las instituciones constitucionales que así se debilitan o funcionan peor.

Lo cierto es que no cabe resolver problemas enormes con consensos diminutos. Aun sin gran coalición, seguro que se avanzaría si el Gobierno contara con más amplio y consistente apoyo parlamentario. Es indispensable una cierta entente. Las recientes decisiones de Ayuso e Iglesias acentúan la sensación de improvisación, de incertidumbre y de que al presidente del Gobierno le han birlado por un rato la iniciativa política. No veo retos más graves y urgentes que los indicados. Para afrontarlos, la política española requiere, al menos, templanza y contención. Quizá estemos aún a tiempo.

Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona fue ministro en la Transición con Adolfo Suárez y Calvo Sotelo. Su último libro es Las transiciones de UCD. Triunfo y desbandada del centrismo (Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2020).