Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
La visión es ampliamente compartida. Tamara Yagüe, presidenta de Confebask, dice de forma muy gráfica que «Euskadi se encoge». El lehendakari Pradales pretende que «Euskadi se haga atractiva para la inversión extranjera», lo que viene a reconocer que hoy en día no lo es. Y aunque es un dato de coyuntura, el propio Gobierno vasco refleja un menor crecimiento en la comunidad frente a un mayor dinamismo en España. El diagnóstico también es coincidente, aunque se exprese muchas veces en voz baja. Estamos así porque padecemos una especie de síndrome metabólico que en nuestro caso se compone de unos salarios elevados (ahora ‘solo’ los cuartos mayores del país), una jornada laboral en mínimos (lo que sin duda contentará a Yolanda Díaz), un absentismo en máximos cuyas razones nadie explica, un número de huelgas enorme cuyo origen todo el mundo se explica, un entramado social de acogida muy ‘mejorable’, unas posibilidades fiscales impracticadas pero perfectamente practicables (no las usamos pero las tenemos bien a mano) y algunas carencias de infraestructuras lamentables, como es el caso del ‘AVE interminable’.
Todo ello convierte al País Vasco en un lugar poco apetecible para captar inversiones foráneas. Máxime cuando estamos rodeados de zonas que no padecen estas limitaciones y tienen otros activos y más atractivos. Ya no se trata solo de Madrid, que mantiene un dinamismo imparable, ahora atraen con fuerza polos como Málaga y Valencia y no se olviden de la discreta Aragón, mientras que Cataluña, otrora faro de progreso y ahora ejemplo de marasmo y atasco, ha decidido imitarnos a pesar de conocer el resultado.
En voz aún más baja, casi como un leve susurro, se apuntan las soluciones: mejorar la formación, reconocer el mérito, premiar el esfuerzo, cuidar la productividad, no confundir los deseos con los derechos, no olvidar que los derechos siempre conllevan deberes, agradecer el mérito de quien en lugar de gastar invierte, crea riqueza y generar empleo, recuperar el gusto por el trabajo bien hecho, mimar el sector público y ser conscientes de que todo el dinero público que se gasta fue antes dinero privado que se ingresó y que pertenecía a alguien.
Añada algunas otras pequeñeces y tendrá un buen resumen de lo que piensan, pero no dicen, nuestros dirigentes sociales. ¿Qué por qué no lo dicen? Pues porque esa es la mentalidad social actual dominante, que convierte las soluciones, siempre desagradables, en poco menos que en la lista del mal, en el capítulo de los horrores. La idea imperante es no proponer nunca nada que moleste, nada que desagrade, nada que implique esfuerzo, nada que suponga obligaciones, nada que conlleve compromisos. ¿La vamos a modificar? ¡Venga, convénzame! Se lo agradezco de antemano.