ABC-ISABEL SAN SEBASTIÁN

El dilema de Pablo Casado y Albert Rivera es saber que en política la responsabilidad no es rentable para quien la practica

PUEDE ser que, a última hora, Pedro y Pablo lleguen a un acuerdo «in extremis». Dada la carencia de escrúpulos de los personajes, serían perfectamente capaces de decir «digo» donde minutos antes decían «Diego» y celebrar jubilosos el feliz enlace. A fin de cuentas, ambos tienen algo que perder si se repiten las elecciones. Iglesias más, desde luego, a tenor de las encuestas. Por eso cualquier entendimiento pasaría porque fuese él quien aceptara las condiciones de su socio, guardándose en la manga el as de un marcaje estrecho en el Congreso.

Sánchez, apenas nada si damos crédito al último regalo de Tezanos en forma de sondeo del CIS, aunque le ronde la idea inquietante de que las urnas las carga el diablo. ¿Y si la desmovilización de la izquierda o el hundimiento de Podemos dan al traste con las previsiones, otorgando el triunfo a los partidos del España Suma? ¿Y si los separatistas se echan nuevamente al monte de la rebelión abierta? ¿Y si ni PP ni Ciudadanos se prestan a secundar la jugada que tiene urdida Iván Redondo con el respaldo del mundo financiero, los líderes de la Unión Europea y buena parte de los medios de comunicación? Riesgo hay, eso es seguro. Pese a lo cual, a día de hoy las apuestas van cien a uno a favor de una nueva votación

en noviembre, que dibujaría un escenario muy parecido al actual en el que los actores, no obstante, desempeñarían papeles distintos con arreglo a un guión modificado.

Si se repiten los comicios y Sánchez revalida su victoria, es prácticamente seguro que vuelva la vista a la derecha. Por varias razones. La primera ha quedado expuesta. Es lo que le piden sus colegas europeos, alérgicos al extremismo, con los que se ha aficionado a compartir mesa, mantel y protagonismo. Es así mismo la opción preferida por el Ibex, en vísperas de otra crisis. Y es la consecuencia lógica de la inquina personal que ha desarrollado hacia el dirigente podemita a raíz de sus desencuentros.

El candidato socialista habrá de decidir, pues, si corteja a Pablo Casado o lo intenta con Albert Rivera. Con el primero se lleva bien, mientras que al segundo lo detesta tanto como a Iglesias. No le perdona que le afeara desde la tribuna haber plagiado su tesis doctoral, ni que le recuerde su encamamiento indecoroso con independentistas catalanes, herederos de ETA en Navarra y otras gentes de parecida calaña, enemigas de la Constitución. También desde las filas populares se pone el dedo en esa llaga, desde luego. Pero únicamente Sánchez sabe por qué la crítica de Albert le crispa más que la de Pablo. Lo cierto es que a uno de ellos, o a ambos, tendrá que lanzar su anzuelo en busca de un pacto de Estado, y que tanto en el PP como en Cs hay partidarios de dar ese apoyo (ayer mismo lo hacía Alberto Núñez Feijóo desde las páginas de ABC) y otros cuya opinión es contraria.

Está en juego el futuro de España, necesitada de un gobierno estable, pero la apuesta decide igualmente quién se queda con el disputado liderazgo de la oposición. La experiencia demuestra que, por injusto que resulte, la responsabilidad en política no suele ser rentable para quien la practica, sino para quien se beneficia de ella. Que se lo digan al PP vasco tras hacer presidente a Patxi López o a los socialistas alemanes que respaldaron a Angela Merkel. El dilema al que se enfrentarán Rivera, Casado y sus respectivos votantes va a ser, por tanto, de los gordos.