Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 21/9/11
La década que lleva Zapatero al frente del PSOE no será solo recordada por una gestión gubernamental que ha resultado -valorada en su conjunto- la peor desde la recuperación de las instituciones democráticas. No; cuando abandone el Gobierno, Zapatero dejará también otra herencia desgraciada: un partido extenuado, dirigido por líderes que en la mayoría de los casos no han hecho otra cosa que política, y huérfano de dos de las principales señas de identidad que definieron el proyecto socialista desde su reconstrucción tras el franquismo: los postulados socialdemócratas y la defensa de una nación española, plural y unida, en la que la autonomía era compatible con la cohesión territorial.
La ideología socialdemócrata del PSOE, que tanto contribuyó a la construcción de nuestro Estado de bienestar, ha sido sustituida en estos años por un intragable revoltijo de populismo radical y pragmatismo oportunista, donde lo que se proclama por la izquierda sirve la mayor parte de las veces para encubrir lo que por la derecha se ejecuta.
Pero ese cambio -un cambiazo, en realidad- es nada comparado con el que ha supuesto la entrega del PSOE a los postulados ideológicos y a ciertas prácticas de los nacionalistas. El Estatuto catalán, luego declarado inconstitucional de hecho o de derecho en muchas de sus partes, fue la culminación de esa disparatada estrategia, que ha convertido a los socialistas en meros gregarios de los nacionalistas.
La increíble imagen de los diputados socialistas apoyando en el Congreso la inmersión lingüística en Cataluña, luego refrendada por las palabras de Rubalcaba defendiendo un sistema que incumple frontalmente lo que han sentenciado los dos tribunales de más alto poder jurisdiccional que tenemos en España (el Supremo y el Constitucional) pone de relieve, con verdadero dramatismo, que el PSOE ha perdido el norte, entregado a ese electoralismo suicida que llevó al PSC a obtener en las últimas elecciones regionales el peor resultado de su historia.
Hay mucha gente que salta de alegría contemplando esa deriva, que ha arrasado la identidad de un partido clave para la construcción del Estado de las autonomías, pues ve en ella el principio de su fin. Yo no estoy entre ellos, pues no hay democracia que funcione sin un sistema de partidos que pivote sobre dos grandes fuerzas estatales que se equilibren entre sí.
En el debate de televisión del 2008 entre Rajoy y Zapatero, el primero preguntó al segundo si estaba de acuerdo con que se multase a los comerciantes catalanes por rotular en castellano. Cuando Zapatero se mostró incapaz de contestar, supe con certeza que aquel PSOE tenía ya poco que ver con el que aprobó la Constitución española en la que ahora de basan el Supremo y el Constitucional para exigir el fin de la inmersión.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 21/9/11