Isabel San Sebastián-ABC
- Si el PP aspira a ser de utilidad, más le vale concentrarse en la defensa de lo que importa y dejar en paz a Díaz Ayuso
Las palabras que encabezan esta columna constituyen hoy prácticamente una consigna revolucionaria, máxime en ese orden. Y, sin embargo, no hay otro posible, porque España es mucho más que la Carta Magna, con ser esta un monumento al buen hacer político.
Decir España es mencionar el nombre de una gran nación, determinante en la historia del mundo, que hunde sus raíces en el reino visigodo fundado en el siglo VI, reafirmó en Covadonga su identidad inequívocamente occidental, recuperó la unidad perdida con la reconquista de Granada y protagonizó a partir de entonces una gesta sin parangón, tanto en tierra como en los mares. Es apelar a un pasado donde las luces prevalecen de largo sobre las sombras y honrar la memoria de cuantas generaciones se sacrificaron para legarnos un futuro mejor. Todo eso y mucho más significa España, al margen de prejuicios basados en el sectarismo aliado a la ignorancia o pretensiones disgregadoras ajenas a cualquier interés que no sea el de sus promotores, lujosamente apesebrados en los comederos nutridos con el dinero de nuestros impuestos. Gritar ¡Viva España! es por tanto dar curso a una sencilla expresión de patriotismo, homologable a las que formulan con total naturalidad la mayoría de nuestros vecinos de impecable pedigrí democrático, desde Francia a Estados Unidos. ¡Basta ya de asumir el discurso falsario de una izquierda cómplice, que reniega de nuestra nación para abrazar las mentiras del independentismo sabiniano!
Quienes tuvimos la fortuna de crecer en una España libre, abierta, plural y esperanzada, proclamamos igualmente ¡Viva la Constitución!, conscientes del avance gigantesco que supuso ese texto fruto del consenso entre rivales hasta entonces irreconciliables. También ella presenta sombras, por exceso o por defecto, dependiendo del punto de vista, aunque sus múltiples luces han brindado al pueblo español ocho lustros y medio de progreso ininterrumpido. Digo bien ‘han brindado’, porque esa etapa se acabó con la llegada al poder de Sánchez y su alianza Frankenstein. Se acabó cuando el presidente socialista, discípulo de Zapatero, no solo metió en el Gobierno a Podemos, partido comunista y guerracivilista, sino que se fundió con él en un mismo empeño por deslegitimar la Transición, encerrar en un cordón sanitario todo lo que está a su derecha y volar cualquier puente de entendimiento. Cuando tomó por costumbre ignorar el mandato constitucional y las sentencias de los tribunales. Cuando se asoció con los golpistas de ERC y los albaceas testamentarios de ETA cuya pretensión es liquidar el Título Preliminar que consagra nuestra soberanía y la indisoluble unidad de la Nación española.
La Constitución y España sufren un asedio implacable. Si el PP, base de la fuerza conjunta que puede acudir al rescate, aspira a ser de utilidad, más le vale concentrarse en la defensa de lo que importa y dejar en paz a Díaz Ayuso, guardiana ejemplar del fortín que resiste en la Comunidad de Madrid.