- Nos urge más concordia, más acuerdos que pongan en valor el extraordinario éxito de la Constitución de 1978. Es decir, todo lo contrario del camino que venimos transitando en estos últimos años
Hoy se celebra el 44 aniversario de nuestra Constitución de 1978. La gran fiesta de esta semana plagada de puentes.
La Constitución es la casa común de todos los españoles que garantiza nuestro sistema de libertades basado en la igualdad de todos los ciudadanos. Esa es nuestra fuerza. Es la Constitución que abrió la puerta de la concordia, después de dos siglos de asonadas golpistas, guerras civiles y dictaduras infames. La Constitución que nos ha dado en este casi medio siglo una estabilidad y un devenir a España como no existió en los últimos doscientos años.
Hoy la pregunta es si es posible mantenerla en todo su esplendor y equilibrio, como instrumento decisivo de encuentro de todos los españoles. O si, por el contrario, un gobierno aliado con aquellos que la combaten y quieren destruir, afecta a su normal desarrollo.
Podríamos asegurar que, a día de hoy, sería muy difícil reproducir el clima de reconciliación y concordia que fue posible en nuestra Transición política, ejemplarmente liderada por el presidente Adolfo Suárez. Como lo sería también alcanzar una Constitución de consenso, refrendada afirmativamente en referéndum por el casi 92% de los votantes, con mayoría afirmativa en todas las provincias españolas.
Todos sabían lo que había que hacer para evitar el patrón de repetición de los anteriores dos siglos catastróficos de España y de la última guerra civil terminada en 1939
Hoy, el clima insidioso que recorre la política española, polarizada hasta el infinito, se ha convertido en un marco de división y de enfrentamiento donde los acuerdos se hacen indeseables. En esas condiciones se hace difícil pensar en un retorno a los valores y principios que animaron tanto la Transición como la Constitución del 6 de diciembre de 1978. Ese período histórico que fue calificado por Alfonso Guerra con rigurosa justicia como un “acta de paz”; donde todos sabían lo que había que hacer para evitar el patrón de repetición de los anteriores dos siglos catastróficos de España y de la última guerra civil terminada en 1939.
Es así obligado examinar si un gobierno de coalición encabezado por el PSOE –actor fundamental tanto de la Transición como de la propia elaboración de la Constitución, así como del devenir y progreso de España a través fundamentalmente de los gobiernos presididos por Felipe González–, y con los aliados de que dispone, representa una alteración en ese devenir histórico al que nos referimos.
Y la respuesta se encuentra lejos de ser positiva. Porque la otra fuerza de la coalición gubernamental, Unidas Podemos, hoy en grave crisis interna, no fue nunca una fuerza de imbricación constitucional. Cierto es que nació décadas después de la Constitución; como cierto es también que nunca se ha sentido bien representada por nuestra Constitución.
Y a su vez quedan los aliados parlamentarios desde la investidura, o mejor, desde la propia moción de censura contra Rajoy en 2018. Véase, ERC, Bildu y PNV. De esas tres fuerzas nacionalistas, dos de ellas –ERC y Bildu– votaron negativamente la Constitución, en tanto el PNV se abstuvo.
Sería sencillo decir que no nos gusta la Cataluña golpista de 2017, ni la actual, enfangada en un declive social y económico indiscutible
ERC, simple nacionalismo supremacista de inspiración carlista, participó en el golpe de Estado que tuvo lugar en Cataluña el 1 de octubre de 2017. Fracasado ese golpe gracias a la intervención policial y judicial, y a la actitud del Rey, hoy ERC sigue siendo una fuerza que no cesa de decir “lo volveremos a hacer”, al mismo tiempo que ataca directamente derechos fundamentales de ciudadanos catalanes a quienes se prohíbe que sus hijos puedan estudiar en la lengua española. Sería sencillo decir que no nos gusta la Cataluña golpista de 2017, ni la actual, enfangada en un declive social y económico indiscutible que ha cedido el liderazgo económico nacional que ostentó durante muy largas décadas.
Su última contribución a la política nacional no ha sido otra que conseguir derogar el delito de sedición a cambio de la aprobación de los presupuestos generales del Estado para 2023. En suma, un desarme del Estado, que pierde posibilidades para enfrentar otra acción golpista en Cataluña.
En cuanto a Bildu, heredero político del terrorismo que azotó mortíferamente la sociedad vasca y el conjunto de la sociedad española, y asedió la democracia española a lo largo de más de cuatro décadas, mediante cientos de asesinatos, se trata de una organización que siempre ha combatido nuestro sistema de libertades. Cuando recordamos que más del 95% de los asesinatos perpetrados por el terrorismo etarra tuvieron lugar tras la muerte de Franco, se comprende bien que se trató de una banda cuyo objetivo auténtico no fue otro que la destrucción de la democracia que, tras la muerte del dictador, se abría paso en España. Y esos herederos políticos, también manchados de añejo carlismo, son y seguirán siendo incapaces de reconocer el daño causado. Persistirán siendo incapaces de esclarecer ni uno sólo de los más de 350 asesinatos cuyos autores materiales no llegaron a ser juzgados, casi un 40% de los asesinatos sufridos en España.
El Gobierno, el PSOE, se ve arrastrado por lo peor y más destructivo de cada casa, con el consiguiente alejamiento de su espacio capital de centro izquierda
Ahora tan infame aliado parlamentario se congratula de, en palabras de su líder Otegui, declarar que “el Gobierno depende de quienes se quieren marchar de España”, al tiempo que convocó una manifestación para hoy mismo, contra la Constitución, y por una fantasiosa república vasca. Infame aliado en gran medida responsable del evidente desfondamiento demográfico y económico que padece el País Vasco. La banalización del terrorismo no puede hacernos olvidar que tiene un grave coste en ese declive, empezando por el demográfico, con la consecuencia de una sociedad que pierde población y a su vez profundamente envejecida, con un torcido futuro económico. El PNV utiliza, año tras año, el debate presupuestario para obtener beneficios exclusivos para la Comunidad Autónoma vasca, que en pura desigualdad con el resto de España no están al alcance más que de ellos y no de ninguna otra Comunidad.
Es así que semejantes alianzas parlamentarias provocan inevitablemente una mutación en la fuerza principal del Gobierno, el PSOE, que se ve arrastrado por lo peor y más destructivo de cada casa. Con el consiguiente alejamiento de su espacio capital de centro izquierda que fue elemento de primera magnitud para participar en la Transición y alumbrar una Constitución de consenso para todos los españoles.
Y ante los tiempos por venir, no podemos resignarnos a que se siga avanzando en esa mala, pésima y oscura dirección. Pues en tal caso tendremos asegurada una peligrosa decadencia donde todo se pueda poner en mala cuestión y se repita el patrón de la antigua España que iba contra sí misma y por ello perdía sus derechos.
No necesitamos mayores dosis de confrontación, ni de división, encerrados con aliados parlamentarios de todo punto peligrosos y que han dañado gravemente las sociedades vasca y catalana. Lo que nos urge es más concordia, más entendimiento, más acuerdos que pongan en valor el extraordinario éxito que supone la Constitución de 1978. Es decir, todo lo contrario del camino que venimos transitando en estos últimos años.
Entre tanto, ¡Viva la Constitución!