Miguel Ángel Aguilar-Vozpópuli
- Cuando el cambio ministerial deriva de una derrota electoral que implica la salida del que era partido de Gobierno, los que llegan se emplean con entusiasmo en limpiar a fondo de “desafectos” los ministerios
Qué bonita la jura (aunque sea promesa) de los nuevos ministros ante el Rey Felipe VI en el salón de audiencias del Palacio de la Zarzuela el lunes día 12, fecha en la que aparecieron publicados los decretos de sus nombramientos en el Boletín Oficial del Estado. Qué cuadros los de las tomas de posesión en los respectivos departamentos con entrega de las carteras de los salientes a los entrantes, desde la aglomeración eufórica que arropó al nuevo ministro de Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática, Félix Bolaños (“los ministerios ni se pueden pedir ni se deben rechazar”), a la marcada soledad, reservada para el cesado José Luis Ábalos (orgulloso de ser la cabeza de turco a la que se ha golpeado). Pero concluida la lista de los primeros premios empieza la pedrea. O si se prefiere el terremoto que sacude los organigramas con ocasión de cualquier remodelación ministerial, tan bien descrita en el Panfleto contra la trapacería política. Nuevo Retablo de las Maravillas que acaban de publicar Francisco Sosa Wagner y Mercedes Fuertes en la editorial Tricastela.
Los que salen ahora al campo de juego no van a contar con los equipos que ya se encuentran en los ministerios a los que llegan, sino que, alzaprimando el valor de la confianza, se aprestan a designaciones en cascada cantarina para relevar a Secretarios de Estado, Subsecretarios, Secretarios Generales y Directores Generales. Los cuales, a su vez, designarán entre sus afines asimilables a los responsables de entidades y fundaciones que están bajo su férula, porque las leyes de desarrollo que derivan de la ley básica de la Función Pública “han permitido establecer criterios para determinar los puestos que por su especial responsabilidad y confianza puedan cubrirse por el procedimiento de libre designación con convocatoria pública”. Y ya sabemos que, quienes redactan los anuncios de las convocatorias tienden a describir los perfiles y los contornos de méritos a los que se acomoda exactamente el candidato que desean de antemano elegir. De manera que, como dicen nuestros autores arriba citados, gran parte de la función pública ha perdido su carácter previsible y ordenado y ha sido entregada a la glotonería clientelar de una clase política y sindical en la que muchos de sus componentes “bien conocen el atajo para evitar el trabajo”.
Cuando el cambio ministerial deriva de una derrota electoral que implica la salida del que era partido de Gobierno, sustituido en el vértice del poder por el que ocupaba la oposición, los que llegan se emplean con entusiasmo en limpiar a fondo de “desafectos” los ministerios. Pero todo resulta más confuso y doloroso cuando entrantes y salientes lucen los mismos colores políticos y todo se sustancia a la luz de rivalidades personales o de familias o clanes que hacen ondear las mismas banderas y se disputan el reparto del botín aduciendo mejor legitimidad en medio de espasmos de odio fraternal. Así que, volviendo a los cuadros de las tomas de posesión, tanto la multitud luminosa en torno a Félix Bolaños como la oscura soledad que rodeaba a José Luis Ábalos confirman que las actitudes -de acompañamiento gozoso o de distancia preventiva- se configuran en función de las expectativas, de modo que la tendencia más común es la de acudir en socorro del vencedor.
Del gobierno que emerge de la remodelación lo más relevante ha sido:
1.- el modus operandi empleado por el presidente para formarlo;
2.- la condición de killer que deja probada;
3.- el respeto intangible al área económica como ofrenda a la UE;
4.- la renuncia a modificar el área podemita para ahorrarse el engorro de una negociación incierta y porque la continuidad de inválidos pudiera pasarles factura cuando hayan de competir electoralmente;
5.- la suma de juventudes femeninas trasplantadas del ámbito municipal que garantizan comportamientos dúctiles y maleables.
6.- el incremento de quienes proclaman “yo ya no sé si soy de los nuestros”; y
7.- la puesta a prueba de la necesaria cobardía de muchos.
Como dijo don Quijote a su escudero: “bien se ve, Sancho, que eres villano, de los que gritan viva quien vence”. Continuará.