- Puigdemont ya no es líder de Junts, pero que nadie se preocupe. El chiquillo tiene posibles
Para los amantes de las cifras, sepan que los expresidentes y ex consejeros catalanes nos cuestan anualmente la friolera de un millón y medio de euros al año. Hay quien ha calculado casi dos. Lo mismo da que da lo mismo, porque el escándalo radica en que, cuando están en activo, cobran más que el presidente del gobierno de España. Por esa diabólica regla de tres, no podían ser menos al abandonar la pesada carga de la púrpura lazi. Artur Mas, que pedía ayuda a la hora de pagar las multas impuestas por la justicia por sus barbaridades, tiene asignados 119.459 euros anuales, que no son precisamente Truthahnschleim, moco de pavo en un alemán traducido bastardamente. Aparte, disponen de oficina, secretaria y ayudantes. Montilla ostenta el récord de haber montado la más cara: 462.113. Eso, en el 2018, que ahora con la inflación, la estanflación y el Niño Santo de Burdeos seguramente habría salido por más.
La cosa viene de cuando Pujol vio que se le acababa el chollo y mandó redactar una ley aprobada por mayoría en el parlamento catalán de pin y pon – con el apoyo del PSC, of course – que fijaba el ochenta por ciento del sueldo de presidente cuando se abandonaba el cargo y una pensioncita de jubilación del sesenta por ciento del sueldo. Bueno, y la oficina y servicio de seguridad e incluso creo que también coche oficial y chófer, porque el metro o el autobús están llenos de plebe. Es igual. Torra aumentó lo de ya por sí escandaloso en un país con jubilados que cobran cuatrocientos euros mensuales, en un 0’9 por ciento. ¿Y Puigdemont? El muchacho renunció en su día a la pensión por no acatar su destitución por el 155 de mentirijilla para volver – eso se creía – a ser diputado autonómico. Pujol renunció por otros motivos. La deixa del Avi Florenci y tal. Los ex presidentes del parlamento catalán también se llevan un pastizal, incluso sus cónyuges en caso de que el titular haya fallecido, como es el caso de Joan Raventós.
Cocomocho cobra actualmente su sueldo como eurodiputado, 8.757,7 euros brutos al mes dietas aparte, 4.513 euros fijos, más otros ingresos que llamaremos, piadosamente, “variables”. Eso, por no hablar de los 24.943 pavinis de los que dispone para asistentes personales. Digamos, en honor a la verdad, que no cobra más que los otros dos fugados, Comín y Ponsatí o que, ya que estamos, el resto de eurodiputados. Y ahora, una reflexión: ¿qué nos aporta a los españolitos de a pie la generalidad separatista o esa Europa que se niega a entregarnos a delincuentes reclamados por la justicia, que se lava las manos cuando nos invaden por Melilla, que se caga encima cuando Putin ataca a Ucrania o que pone cara de sueco buscando piso cuando pasan cosas como las recién vistas en París? Sinceramente, no nos sirven ni para limpiaros la suela cuando pisamos una defección canina de consistencia licuada. Y nos cuestan mucho, muchísimo.
Lógicamente, la relación entre salario y rentabilidad – en este caso política y social – está totalmente desproporcionada. Sólo sería lógica, verbigracia, si lo que se retribuyera como el pájaro de Waterloo, una infinita capacidad para medrar, mentir, traicionar y vivir del cuento. Me temo que la cosa debe ir por ahí. Porque esto es lo que hacen, vivir de un cuento en el que, al final, ellos son felices y comen perdices mientras nosotros nos quedamos con un palmo de narices. Y con la faltriquera más vacía que el cerebro de un tertuliano defensor del gobierno.