ABC 08/05/14
MARCELINO OREJA
· «Manuel Jiménez de Parga fue un gran patriota, un gran demócrata, un hombre fiel a principios y valores a los que nunca renunció, incluso en momentos que podían entorpecer su vida profesional. Su muerte nos ha producido verdadera consternación»
Ese es el título de las memorias de Manuel Jiménez de Parga, catedrático, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, presidente del Tribunal Constitucional, ministro, embajador, abogado en ejercicio, escritor prolífico, autor de numerosos libros de ciencia política y de artículos en la prensa diaria, muchos de ellos en las Terceras de ABC.
Pero sobre todo fue un gran patriota, un gran demócrata, un hombre fiel a principios y valores a los que nunca renunció, incluso en momentos que podían entorpecer su vida profesional. Su muerte nos ha producido verdadera consternación.
Desde muy joven afrontó el riesgo exponiéndose voluntariamente a vivir en la incertidumbre, implicándose en compromisos que iban más allá de sus estrictos intereses personales; una actitud que mantendría a lo largo de toda su existencia.
Fue un brillante universitario que culminó sus estudios con Premio Extraordinario en la licenciatura de Derecho en la Universidad de Granada. Inmediatamente después ganó las oposiciones al Cuerpo Jurídico Militar e ingresó en el Instituto Nacional de Estudios Jurídicos. En aquellos años no vaciló en mantenerse firme en sus ideales. Defendió a amigos acusados de conspiración en los sucesos de febrero de 1956 sin importarle las consecuencias que su actitud le podía ocasionar.
Formado con grandes figuras universitarias como Enrique Gómez Arboleya, Javier Zubiri y Javier Conde, y en el Instituto de Estudios Políticos, alcanzó muy joven una sólida formación en el Derecho Político.
Ganó brillantemente por oposición la cátedra de Derecho Político de Barcelona, donde transcurrió la mayor parte de su vida académica hasta 1977, al ser nombrado ministro de Trabajo en el primer Gobierno de Adolfo Suárez tras las elecciones democráticas. Al salir del Gobierno fue nombrado embajador ante las Organizaciones Internacionales de Ginebra y en especial en la Organización Internacional del Trabajo, donde realizó una extraordinaria labor, de la que fui testigo de excepción.
Recuerdo muy bien su actuación, que permitió a España ocupar un papel central en las instituciones y ganarse el respeto de empresarios y trabajadores, lo que le permitió alcanzar la presidencia de la Conferencia Interamericana celebrada en Medellín, con la participación de representantes de todas las naciones del continente.
A él le correspondió organizar el muy fructífero viaje de los Reyes a la OIT que permitió destacar la realidad de aquella España que se alineaba con los compromisos de las instituciones europeas e internacionales a las que se acababa de incorporar.
Jiménez de Parga concibió siempre la acción política como un impulso ético, el bien común, entendido como explica en su libro de Memorias: «Conjunto de las posibilidades ofrecidas en común, a todos los miembros de un grupo social, para el desarrollo integral de la persona». El profesor, que había explicado sus ideas y principios en el ámbito universitario, tuvo la oportunidad de proyectarlas en su actividad pública y en los artículos y conferencias que pronunció a lo largo de su vida.
Fue siempre un gran monárquico convencido de que la salida del franquismo debía ser la Monarquía parlamentaria, y así lo expuso en una serie de artículos publicados en «La Vanguardia» ya en los años 60 y que aparecieron en su excelente libro titulado «Las monarquías europeas en el horizonte español».
En la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas ingresó en el año 2002 con un discurso sobre «El saber jurídico político», que concluye con una cita de san Agustín que de alguna forma fue una referencia en su vida: «Busquemos como quienes van a encontrar y encontremos como quienes todavía han de buscar, pues cuando el hombre ha terminado algo, entonces es cuando empieza».
A lo largo de los años nos ilustró con brillantes intervenciones dedicadas sobre todo al momento político que estábamos viviendo. Entre los títulos que recuerdo mencionaré su disertación sobre «Naciones y Estado en la construcción española», un tema al que vuelve dos años más tarde, y en 2012 hace un agudo análisis sobre «El régimen político español», en el que describe los «poderes que funcionan en la sociedad, los cuales pueden desvirtuar ciertas reglas de la Ley Suprema, contribuyendo en todo caso a un modo determinado de convivir real y efectivo, que eso es el régimen político».
En su última disertación hace unos meses en la Academia, que tituló «España: final de una etapa histórica», puso de manifiesto que, si antes había expuesto las deficiencias del régimen político español, en este caso sus observaciones serían más entristecedoras, ya que se acentuaban los fallos y los errores en la aplicación del sistema, y, a su juicio, la reacción ciudadana debía ser urgente ante el peligro de asistir a una descomposición total.
Propuso algunas medidas. La primera de ellas, la puesta en vigor de una nueva ley electoral. Consideraba que esta primera decisión condicionaba las otras revisiones necesarias. Para él las listas cerradas y bloqueadas, además de despersonalizar la representación, favorecen el descenso del nivel de los elegidos. Insistió también en que no era admisible el gasto excesivo de las campañas electorales, copia del peor aspecto de las elecciones norteamericanas, donde los enfrentamientos entre candidatos se producen en un ambiente comercial, ya que la propaganda predomina por doquier
Jiménez de Parga se mostró partidario de la ley alemana que facilita la realización de la exigencia de una representación política personalizada sin que los partidos dejen de ser los agentes destacados.
Otra cuestión que trató fue lo que denominó «Descarrilamiento del Estado de las autonomías», es decir, la desviación de su camino justo y razonable.
Insistió mucho en la necesidad de una lealtad constitucional. En tal sentido, mostró su preocupación por la evolución política de Cataluña, una región a la que amó tanto a lo largo de toda su vida.
Para él la Constitución española formalizó jurídicamente una realidad compleja. Fue el Estado de las Autonomías. Pero la Constitución no admite un combinado de partes, cada una de ellas con poderes originarios. No es un sistema compuesto el que los españoles decidimos instaurar. Realidad compleja pero no compuesta. La soberanía, el poder originario, reside en el pueblo español. Ninguna de las fracciones de este pueblo posee poderes soberanos.
Concluyo con un recuerdo a su condición de magistrado y presidente del Tribunal Constitucional. En él mostró siempre su alta calidad de jurista, pero yo quiero destacar sobre todo la independencia de que hizo gala en todo momento y circunstancia. No tuvo resistencia a discrepar de la mayoría de sus compañeros del Tribunal en varias sentencias. Recordemos, por ejemplo, su voto particular al texto refundido de la Ley sobre el Régimen Jurídico del Suelo, donde se planteaba una importante cuestión competencial. Otra cuestión fue en el caso de la Mesa Nacional de HB y la sentencia relativa a la Ley de Asociaciones del País Vasco.
Todo ello muestra la validez del título de sus memorias: «Vivir es arriesgarse», donde recoge, como dice su propio subtítulo, el recuerdo de lo pasado y de lo estudiado. Pero hay algo que él también menciona y con lo que voy a concluir: el recuerdo de su infancia y juventud, de sus padres y numerosos hermanos, y sobre todo de su mujer, Elisa, persona excepcional, inteligente y brillante que estuvo siempre a su lado. Su muerte inició el descenso de nuestro compañero. Ella fue siempre su mejor colaboradora, su consejera, a la que seguía recordando constantemente. Tuvo también hasta el último instante la compañía de sus hijos, que velaron en todo instante por él y a quienes envío mi emocionado recuerdo.