Editorial-El Correo

  • La nueva pobreza que aflora en Euskadi por el alto precio de la vivienda obliga a atajar la precariedad laboral y facilitar el acceso a un piso digno

La buena marcha de la economía en Euskadi, sustentada en un millón de cotizantes y la renta más elevada del conjunto de España, no debería ocultar el preocupante impacto de la desigualdad. La nueva cara de la pobreza aflora también en miles de hogares, en los que las dificultades para llegar a fin de mes son el pan de cada día, a pesar de mantener una vida en apariencia convencional. Son vascos que disponen de una vivienda, pero pagada a duras penas. Sus elevados precios, sobre todo en alquiler, han empujado a un buen número de familias al sacrificio para salir adelante, según el último informe de Cáritas. A pensar en mañana sabiendo que hoy no disponen de un colchón para afrontar cualquier imprevisto económico. El hecho de que el 35% de los habitantes del País Vasco sobreviva «en la cuerda floja» es un síntoma de la exclusión, el peor reflejo de un país que no debe dejarse a nadie atrás si aspira a mayores cotas de prosperidad.

Tendría que servir también a las instituciones como acicate para aplicar con celeridad medidas que hagan más asequible el acceso a una vivienda digna, sin que su pago obligue a empeñar gran parte de los recursos familiares. O, peor aún, termine en un dramático desahucio. Mientras no se resuelva esta brecha, aumentará el riesgo de fragmentación en las clases medias, en retroceso por sus crecientes penurias. Empleos precarios y precios prohibitivos para vivir se sitúan en el «epicentro» de la desigualdad. La reflexión es cómo es posible tal nivel de fragilidad -380.000 vascos malviven en lugares «inadeacuados» o «insalubres»- cuando se consolida una evolución notablemente positiva del mercado laboral, que ha incorporado a 4.400 nuevos trabajadores en una comunidad con una renta por persona de 18.885 euros anuales.

La precariedad lastra el desarrollo conjunto de Euskadi. Solo hay que ver los problemas para asegurarse la cesta de la compra, cada vez más encarecida y dependiente de entidades tan esenciales para sostener el bienestar como el Banco de Alimentos; el peligro de la desintegración, especialmente de los nuevos vascos que llegan a buscarse la vida; y una emancipación frenada en seco hasta el punto de tener que elevar a 39 años la edad para que los jóvenes se beneficien de ayudas sociales en la búsqueda de un piso. Que el 13% de los hogares confiese que ha conocido el hambre en los últimos años revela lo lejos que está Euskadi de ser un oasis y la necesidad de crear las condiciones para un empleo y una vivienda decentes.