Vocabulario democrático 2002 del lenguaje político vasco
Una sola palabra puede tener muchos significados diferentes según el contexto en el que se utilice. A menudo en nuestro país muchos términos terminan por desgastarse y se vacian de significado. ¿Por que pensamientos muy diferentes dentro del País Vasco hablan a la vez en favor del autogobierno? ¿Nos hemos acostumbrado tanto a la palabra fascista que perdemos la prespectiva de lo que realmente quiere expresar este término? En este vocabulario se pueden consultar numerosos términos ordenados temáticamente o buscar una palabra concreta a través del menu de búsqueda.
Editado por Ciudadanía y Libertad.
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Introducción de Mario Onaindia
Si Euskadi fuera un país normal, el gobierno vasco habría publicado este vocabulario con la sana intención de clarificar a los ciudadanos, orientándolos en la maraña de «palabros» que surgen cada poco tiempo para referirse a los mismos conceptos. Dicho de otra manera, la existencia de este vocabulario es una buena prueba de la especial situación que vivimos en un país donde impera una política que tiene las características que se le atribuyen a la borrachera: cánticos regionales, exaltación de la amistad y negación de lo evidente.
Cuando los vascos lograron por fin el Estatuto de Autonomía en octubre de 1936, el gobierno de Euskadi, recién formado por todas las fuerzas que apoyaban la República, se presentó a jurar su cargo bajo el árbol de Gernika vestido de frac y con las mejores galas, incluso con chistera. Era preciso dejar claro ante la ciudadanía y ante el mundo, que el gobierno vasco nada tenía que ver con la revolución y subversión; al contrario era el mejor garante de las libertades y del orden.
Durante estos veinte años de gobierno nacionalista, en cambio, el nacionalismo lejos de hacer, como entonces, ostensible su poder político ha intentado por todos los medios la táctica del calamar: ocultarlo por todos los medios, sin asumir sus responsabilidades y sobre todo evitando que pudiera asentarse en la conciencia de los ciudadanos la lealtad hacia el sistema democrático. Tras más de dos décadas de gobierno nacionalista seguimos estancados en el mismo debate de vísperas de la autonomía. Y sobre nuestras cabezas existe la amenaza de que el tiempo que se mantenga en el poder estaremos condenados a seguir hablando de lo mismo: la paz, el autogobierno, el diálogo, etc.. Pero sin avanzar hacia la solución de los problemas de falta de libertad y de terrorismo.
Euskadi es uno de los pocos países del mundo en que existe un gobierno que lejos de tratar de legitimar la fuente de su poder, la autonomía y la constitución, trata de deslegitimarlos. Pero lo curioso no es que lo haga solamente con la Constitución española, sino también, y no en menor medida, con la autonomía.
Todo poder trata no sólo de desarrollarse al máximo sino también de desestructurar y desorganizar cualquier posibilidad de que se genere una alternativa que garantice su control y en el futuro pueda ser su alternancia. Por eso es tan importante la idea de Montesquieu de que sólo el poder puede controlar al poder.
Hasta el asesinato de Miguel Ángel Blanco, el tema central era la paz, que parecía que sólo se podía conseguir por medio del diálogo con los terroristas. Pero la rebeldía de la ciudadanía vasca que al tiempo que la liberación del concejal comenzó a exigir libertad revolucionó la política vasca, mostrándonos a los políticos cuál era el problema real: la falta de libertad. Y por tanto también la solución: el triunfo de la libertad garantizada por las leyes sobre el terror.
Al plantearse como una cuestión de paz, es poco lo que podemos aportar los ciudadanos de a pie. Es un tema demasiado complicado que será resuelto algún día por gente muy imaginativa que dará con la piedra filosofal capaz de convertir a asesinos convictos y confesos de decenas de crímenes, en ciudadanos ejemplares amantes del género humano. Pero desde el momento en que se plantea como un problema de falta de libertad de un sector de la sociedad vasca, los no nacionalistas, se plantea como un problema que puede ser resuelto de la misma forma que en todas las democracias: teniendo un gobierno que respete y hace respetar la ley, como el juramento de todos los gobernantes del mundo, salvo el del lehendakari, por cierto.
La tarea que debería hacer cualquier gobierno democrático (la defensa del sistema democrático que garantiza las libertades de los ciudadanos) en Euskadi está en manos de los concejales de los partidos constitucionalistas o de los ciudadanos de a pie, indignados por la impunidad de los violentos o por la pasividad de buena parte de la población vasca.
Este vocabulario viene a llenar un vacío del gobierno vasco y a ofrecer a la ciudadanía argumentos para enfrentarse al terror superando la pasividad.
Desde el malhadado acuerdo de Estella, el nacionalismo gobernante ha dejado de diferenciar lo que es la realidad institucional vasca de lo que son sus proyectos políticos que los trata como si fueran realidades obvias negadas por los «otros». Lo que obliga a acuñar incesantemente nuevos términos para ocultar la realidad e imponer su ideología.
Sobre esta base, este vocabulario aporta al ciudadano un auténtico hilo de Ariadna para comprender los discursos de los políticos vascos y diferenciar lo que es la realidad de los que son los proyectos.
Este vocabulario me parece una aportación fundamental para la clarificación de la terminología política vasca al ciudadano, lo que le permitirá mantener una actitud más activa sobre la propia política e intentar cambiar la realidad.
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Mario Onaindia, Septiembre 2002