ABC-IGNACIO CAMACHO

Para resultar «trascendente» de veras, Sánchez necesita ganar unas elecciones que le otorguen legitimidad completa

QUE no cunda por ahora el pánico. Esa Agenda 2030 de la que Sánchez ha hablado a sus ministros no es todavía la suya sino el programa de la ONU a medio plazo. Un programa para el que por cierto creó, nada más llegar a La Moncloa, un Alto Comisariado con su correspondiente oficina, sus asesores y sus funcionarios. Pero al menos en público no se ha fijado aún la meta de estar en el poder hasta ese año, por más que ese espíritu «de trascendencia» con que arenga a su equipo indica una clara voluntad de perpetuarse en el cargo. Es posible que ni siquiera él mismo sepa con certeza cuánto va a durar este mandato. Con socios tan poco fiables como los que se ha buscado, lo más razonable parece pensar en corto e ir paso a paso; el siguiente objetivo es comer turrón en palacio, y que sus asesores le preparen una escenografía navideña al estilo de Obama iluminando el árbol. Más allá de eso le conviene hacer pocos planes porque los puede cargar el diablo.

Dure lo que dure la legislatura, y aunque disfrute del mando con esa delectación tan manifiesta, el presidente no podrá quitarse el estigma de haber alcanzado la cúspide por la puerta trasera. Sin ser un usurpador, porque la moción de censura es un mecanismo de constitucionalidad plena, hasta que convoque elecciones y las gane no gozará de legitimidad completa. Ese pecado original sólo lo puede limpiar con una victoria que le borre la marca de perdedor y otorgue a su liderazgo carta de naturaleza. No cabe duda de que desde el Gobierno la tiene más cerca; lleva la iniciativa en el debate, los focos mediáticos alumbran su cabeza y dispone de la prerrogativa de repartir recursos entre la clientela. Por eso en apenas tres meses se ha puesto –aunque a cierta derecha le moleste oírlo—por delante en las encuestas. En todas, con mayor o menor diferencia, aunque sólo la del CIS le concede una prima de ventaja graciosamente atribuida por su sociólogo de cabecera.

De ahí que la decisión sobre el momento adecuado para hacer caja en las urnas constituya su gran prueba estratégica. La que le puede convertir en Pedro el Breve o atornillarlo en la presidencia. Hay precedentes de ilustres colegas que por confiar en los sondeos adelantaron los comicios y acabaron en la cuneta, aunque también de quienes se acomodaron en el disfrute de las prebendas hasta que se las birlaron mientras dormían la siesta. He ahí el dilema. Por lógica, mientras más se apalanque más se le verá el cartón a su inestabilidad aventurera y más difícil le resultará sostenerse a base de piruetas.

Cosa distinta es lo de la trascendencia. Convoque pronto o tarde, gane o pierda, para trascender no basta con instalarse en una poltrona e ir soltando ocurrencias pasajeras. Se necesita una política de luces largas que consolide prestigio, respeto e influencia. Y a ser posible, de vez en cuando, proyectos de futuro y alguna idea.