TEODORO LEÓN GROSS-EL PAÍS
- La nueva política, qué ironía, va a caracterizarse por la desaparición de los partidos nacidos en la nueva política
Si los gestos políticos cotizaran en las casas de apuestas, hoy se pagaría poco por un adelanto electoral. Demasiado previsible. Los anuncios de un cheque de 400 boniatos para el medio millón de jóvenes que el próximo año se incorporan al censo electoral, horas después del bono mensual de 250 para vivienda, sugieren que se hace sonar el tam-tam de la tribu convocando a leva. El horizonte electoral no parece inmediato, pero los tambores sí que se oyen. Hay movimientos de rearme en las grandes fuerzas —convención del PP, congreso del PSOE— y no es raro que resurja la literatura del retorno al bipartidismo, sin duda sueño húmedo de esas dos grandes fuerzas que se han alternado en el poder desde 1982. Pero nadie podrá reprocharles que aspiren a disfrutar de victorias en escenarios simplificados. Antes se le podría reprochar a las fuerzas de la nueva política que hayan dilapidado caudales formidables en tan pocos años.
En Unidas Podemos sufren el efecto socio menor de coalición: hay estudios, como el análisis de 219 elecciones en 28 países europeos entre 1972 y 2017 firmado por Klüver&Spoon, que constatan la pérdida significa de voto respecto al socio mayoritario porque el cumplimiento de sus objetivos se ve limitado. De ahí que Podemos marque territorio a veces hasta lo chusco en socios de gabinete: ya sea groseramente con la luz o la vivienda, o disputándose medallas como el bono cultural o el bono inmobiliario… El desplome de Podemos en los sondeos es dramático, y el plan ahora pasa por diluirlo en una plataforma que no sea “suma de partidos ni de egos”. De momento, en las redes se bromea con JxYolanda o Más Yolanda, a cinco minutos de Yolandemos, lo que no está mal para un supuesto proceso de transición desde el hiperliderazgo fallido de Pablo Iglesias al soft Yolanda Díaz, cuya militancia en el Partido Comunista no le impide manejarse con un aire pulcro de socialdemócrata nórdica.
En Ciudadanos, la situación es más crítica a corto plazo, casi desesperada, ya que podrían verse como fuerza extraparlamentaria de no frenar la sangría. Paradójicamente su espacio no está ocupado, pero la marca sigue en caída. De ahí que su mise-en-scène ya no sea como Ciudadanos sino, de un tiempo a esta parte, como liberales. El proyecto parece abocado a rematar una voladura controlada de la marca minimizando los daños en la implosión. Claro que el proceso de rebranding puede ser progresivo, al modo canónico de la cerveza Águila: en los noventa, Águila mimetiza primero el logo de Amstel, después pasa a ser Águila Amstel, conservando su origen, después fue Amstel Águila en una metamorfosis de arriba-abajo sólo aparentemente insustancial, para quedar al fin como Amstel después de una década larga. Claro que el proceso de liberales, que tiene prestigio europeo y el atractivo de ser la única alternativa a los pactos con los extremos populistas, deberá ser mucho más rápido.
La nueva política, qué ironía, va a caracterizarse por la desaparición de los partidos de la nueva política: Podemos y Ciudadanos. Ahora está por ver cuánto sobrevive de esos proyectos.