Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Vengo a proponer una reparación: la del sentido de dos palabras desgastadas por el abuso, ya que rozan el suelo de continuo. Trátase de «izquierda» y «derecha». Consideraré de izquierdas a quien prefiera a Tolstoi. No se podrá quejar, Tolstoi es enorme

Si quieres conocer a alguien, pregúntale por Dostoyevski y Tolstoi. No a la vez. ¿Con dos preguntas? En la mayoría de ocasiones no hará falta porque un nombre invita a la comparación con el otro. Quien no tenga nada que decir sobre ninguno de los dos rusos grandiosos que prefiguraron las dos principales formas de ver el mundo en el siglo que les siguió, no merece tu tiempo. Quien hable de uno y no del otro, arguyendo completa ignorancia del segundo, es un falsario: no ha leído al que dice conocer, o bien ha leído al que dice desconocer. Si fuera sincero —harto improbable— demostrando auténtica familiaridad con el uno y nada respecto del otro, conviene observarle. Habrá arribado a uno de esos dos puertos del conocimiento y de la más elevada literatura por vías ajenas a las habituales. Cabe decir a las culturales, si adoptamos, aunque sea parcialmente, la acepción contemporánea de ‘cultura’.

Tiene que ser un caso muy particular, quizá un recluso que se surte de lecturas en la parca biblioteca de una cárcel a la que alguien donó las obras completas de uno de los dos gigantes. Pongamos que el recluso, con lustros por delante, lleva dentro un lector desatendido, posee un alma hambrienta de honduras propias de Los hermanos Karamazov, de Crimen y castigo, de los Apuntes del subsuelo. Sí, lo vemos coger un volumen del cicatero anaquel con gesto ceremonioso, puesto que ya no conoce la prisa (y porque el nombre del autor le impresiona, solo ha leído autoayuda). Se pone unas gafitas de farmacia, abre el viejo ejemplar en tapa blanda de Alianza y empieza: «Soy un hombre enfermo… Soy un hombre despechado. Soy un hombre antipático. Creo que padezco del hígado».

Era un adolescente cuando leí ese inicio; grité de temerosa alegría. Dostoyevski tiñe de modo indeleble. Nadie recorre sin consecuencias la obra del ser que concibió a Alexei Fiódorovich Karamázov, Aliosha, la bondad expuesta a las torturadas oscuridades de su hermano Iván. A mediados del XIX resultaba más atractivo Iván que Aliosha, y a principios del XXI también. Siempre el prestigio de lo oscuro; en la tiniebla encuentra un foco cegador el hombre moderno. O un imán carnal. El hipotético recluso es la excepción, decía. Lo normal, para un hombre formado, debería ser cierto conocimiento de ambos gigantes, y una predilección.

Vengo a proponer una reparación: la del sentido de dos palabras desgastadas por el abuso, ya que rozan el suelo de continuo. Trátase de «izquierda» y «derecha». Consideraré de izquierdas a quien prefiera a Tolstoi. No se podrá quejar, Tolstoi es enorme. Consideraré de derechas a quien se incline por Dostoyevski. Si triunfa mi loca propuesta de fijación semántica, pocos podrán definirse de izquierdas o de derechas, lo que despejará mucho el paisaje.

—¿Entonces eres de izquierdas? Sí. ¿Tú no?

—No me creo el final de Resurrección. Soy de derechas.

—¡Pero si es lo mejor! Cuéntame qué problema le ves.

Y así transcurrirían las conversaciones.