Manuel Montero, EL CORREO, 22/10/12
Nunca el nacionalismo había tenido tantos escaños en el Parlamento vasco: 48 de 75. La participación, 65%, ha sido similar a la de 2009, por lo que sin duda se ha producido un incremento del voto nacionalista por la parte de la izquierda abertzale, que no pudo concurrir entonces con siglas insignia, y la abstención de electores que hace tres años votaron a partidos constitucionalistas. Se ha producido un vuelco político y un revolcón de los que hacen época: el retorno de la hegemonía nacionalista y el batacazo sideral del PSE.
La victoria nacionalista es rotunda, con primacía neta en las tres provincias. El panorama del nacionalismo queda en dos ámbitos de imagen nítida, el pragmatismo y el soberanismo rupturista.
El PNV ha ganado las elecciones y mantenido la primacía en la comunidad nacionalista. Logra un 34%, triunfa en Vizcaya y Álava, mientras en Guipúzcoa casi recupera la primera posición, a unos cientos de votos de Bildu. Pierde tres parlamentarios (de 30 a 27), pero es un efecto derivado de los votos prestados que recibió hace tres años. Ha rentabilizado la renuncia a las urgencias soberanistas y una oposición sin estridencias. En lo ideológico ha triunfado su ambigüedad, la que se mueve entre las declaraciones esencialistas y las necesidades del día. Se corresponde con la actitud histórica del PNV y la de los años ochenta y parte de los noventa; no con la del soberanismo posterior. Por eso, ya se verá qué ha ganado. Si el retorno a la crispación o el pactismo. Todo dependerá de si el PNV mantiene la prioridad de la lucha contra la crisis o cede a la presión del soberanismo radical.
EH Bildu ha emergido como segundo partido en el Parlamento vasco, cerca del PNV. Nunca la izquierda abertzale había llegado en unas elecciones autonómicas a los 276.000 votos de EH Bildu, un número espectacular para unos recién llegados. Sin relativizar el resultado, ha de señalarse que no alcanzan los que en su día conseguían HB/EH y EA (1998: 224.000 y 108.000 respectivamente), hoy aliados, y que con sus 276.000 se mueven con una leve baja en los niveles de las elecciones generales, cuando sacaron 285.000. No es, por tanto, la fuerza de crecimiento imparable que cultiva una de sus imágenes. Contra los augurios, el desembarco de Bildu en la gestión no les está suponiendo costos significativos entre su electorado, quizás inmune a las ocurrencias y paralizaciones administrativas que exasperan a los demás.
El éxito del soberanismo rupturista evidencia que la ausencia de ETA le lleva votos a la izquierda abertzale, pero sin que la coalición necesite mostrar pesar por el terrorismo. Sus electores seguramente comparten la idea de que el resultado electoral absuelve del pasado o lo legitima. No tiene un pase ético, pero con tales mimbres hay que arar.
Y por el otro lado, el revolcón. El desastre del PSE no tiene paliativos. Algo más de tres años de gobierno los salda con una hemorragia de votos: del 30,7% pasa al 19,1%; de 25 a 16 parlamentarios. La desafección de su electorado es general y consistente, sin distingos territoriales.
Ha perdido más del tercio de los electores que tenía hace tres años, una sangría de más de 100.000 votos. Con unos 210.000 vuelve a los niveles discretos de hace diez años –hay que irse a 1994 para encontrarle un resultado peor en números absolutos–. Todo ha pasado: fue el sueño de una noche de verano, podrán concluir los admiradores del Gobierno vasco. Sin más legado que haber existido, lo que ha traído unos años de tranquilidad: no ha bastado para retener a su electorado.
Podrán justificarse diciendo que todo se les ha vuelto en contra –la crisis, el PP, el neopragmatismo del PNV, el retorno triunfal de la izquierda abertzale–, pero harían mal si se quedasen en esas lecturas superficiales. En algunos de estos factores han tenido parte –la sobrelegitimación de Bildu, por ejemplo–. Tamaña debacle no la pueden explicar sólo con factores exógenos. Los socialistas tienen que responder a la pregunta de por qué su Gobierno ha fracasado para sus votantes –desde otros puntos de vista nació fracasado, por lo que no cuentan en esta evaluación–, por qué ha perdido una oportunidad histórica, seguramente irrepetible. Alguna idea: se quedó en una gestión técnica, con un discurso evanescente y contradictorio, manifiesta vergüenza por el pacto con el PP y sin una política que fuese alternativa a la nacionalista.
En esta historia de vencedores y vencidos el PP cae en los segundos, aunque pierda sólo tres parlamentarios, de 13 a 10: un 11% menos en tres años, de 146.000 a 129.000 votos. Podrá alegar que le han perjudicado los desastres de Rajoy contra la crisis, pero no le ha funcionado su discurso resistencialista, que quizás pierde audiencia a medida que se consolida el final del terrorismo.
El mapa de la política vasca se ha simplificado en un sistema de cuatro partidos. Queda lejos la época en que había seis o siete partidos en el Parlamento, todos ellos con alguna fuerza. De los pequeños sólo resiste UPyD, pero con resultados muy parecidos a los de hace tres años (21.400 frente a 22.200), algo fatal para un partido que se ve emergente. Con la nueva correlación de fuerzas sólo le cabe un papel testimonial.
En resumidas cuentas, se ha producido un cambio contundente, pero se ha producido sin grandes aspavientos. Las nuevas se han acogido con rara normalidad, como mera confirmación de lo que ya se sabía. La política vasca se está haciendo previsible. Ha perdido el tono homérico de antaño. ¿Esto es la normalización? Si es así, bienvenido sea el aire rutinario. Pero ya se verá.
Manuel Montero, EL CORREO, 22/10/12