Ahora todos queremos paralizar la historia. A algunos les va la guerra civil desenterrada, en la que ANV es parte de ese paisaje y escenario. Pero el problema ya no es sólo de los nacionalistas; ahora ese volver atrás se ha contagiado y regresamos todos al peor de los pasados, quizás porque los que lo reclaman nunca lo conocieron.
Hasta en las incansables zambras gitanas, ya de madrugá, sale algún cantaor o cantaora y termina su intervención -Lola Flores lo hacía inigualablemente- con el se acabó, se acabó, se acabó. Era para decir que ya se había concluido la fiesta y cada mochuelo a su olivo. Incluso algo más, que había que cambiar de escenario y hasta de situación, subirse el nudo de la corbata, secarse el sudor de la frente y cambiar de aspecto.
Como en la película del día de la marmota, a pesar de que todos los hados -incluida la policía francesa, como apuntaba el domingo este diario- avisan del oxígeno que se les está dando al mundo de ETA-Batasuna, volvemos a empezar de nuevo con la danza de sus intentos para volver a estar en las instituciones. Ahora, en las instituciones locales, y, después, en todas, si la primera decisión, la del juez Garzón, no es desdicha por la expurgación de listas, de una en una, mediante la acción nada fácil de la Fiscalía. Y me dirán que a quiénes se le da oxigeno y quiénes estarán; y yo contestaré como mi padre durante la dictadura, lacónico él, por lo que pueda pasar: «Estos, estos». Aquí falta una faraona que diga se acabó.
Hace muchos años, en la presentación de un libro en la librería Herriak de Bilbao, Mario Onaindia, ante el disgusto del inolvidable Trifón Etxebarria y en plena discusión del Estatuto de Autonomía, criticó la vuelta atrás del mundo de Herri Batasuna, su incapacidad para adecuarse a lo nuevo, al sistema democrático. Contó entonces la fábula de Martensen y su pelícano, que puso un huevo, que de éste nació un pelícano y éste a su vez puso un huevo, y así sucesivamente para acabar exponiendo la moraleja: hasta que Martensen no se decida a hacer una tortilla con el huevo, seguiremos con la misma historia. Trifón le reprochó: «¡Mario, te has pasado!»
La historia se la proyectaba Onaindia a los nacionalistas vascos radicales, y quizás ahora sea aplicable a muchos más del sur del Ebro Al fin y al cabo, qué más español que un vasco, castellano viejo donde los haya, inconquistado por las mesnadas árabes (léase a Larramendi y Novia Salcedo y evítenme la mítica del hispanismo vascongado; y si no lo leen, piensen que al fin y al cabo llevamos siglos siendo lo mismo). Ahora todos queremos tener un pelicano para paralizar la historia. Algunas cosas vuelven más atrás todavía, a algunos les va la guerra civil desenterrada donde ANV tienen su presencia garantizada, en la que es parte de ese paisaje y escenario. Ya lo mencionó (la cita a la guerra) su presidente, Kepa Bereziartua, aun cuando haya estado ANV enterrada (más bien deglutida) desde que HB se la engulló a partir de 1978. Pero el problema ya no es sólo de los nacionalistas, ahora ese volver atrás se ha contagiado y regresamos todos al pasado, al peor de los pasados, quizás porque los que lo reclaman nunca lo conocieron.
Hace unas semanas se reunieron los de Euskadiko Ezkerra (en una imagen de lo que es el país) por separado. Los más o menos socialdemócratas, por un lado, en la Margen Izquierda tenía que ser. Y los más, o más bien, nacionalistas, en la profunda Guipúzcoa tenía que ser. Pero a ninguno de los dos grupos se le ocurrió (salvo a Imanol Zubero, que no por casualidad no estuvo en ninguna de las dos, y que sí lo haría) desenterrar algo que tuvo su razón de ser y desapareció al descubrir que no tenía más papel que cumplir. Lo más heroico es romper con el pasado.
No podemos exigir a todos tanta inteligencia, pero cuando hay quienes se empeñan no sólo en pervivir sino en vencer, haciendo un daño mortal al resto de la ciudadanía (fíjense que es lo que quería hacer Bush y su equipo en Irak), debiera haber alguien -un gobernante, por ejemplo-, que les diga de una vez que se acabó. Una frase mágica que hizo posible el origen de la pacificación en Irlanda del Norte. Si no sale de ellos, debiera existir un Estado que avisara de que la ley no es algo de quita y pon, aunque, desgraciadamente, en España lo ha sido así en muchos casos.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 2/5/2007