Otegi se dedica a remover el caldo de cultivo de la negociación. Ha vivido de eso en los últimos años. No sabría hacer otra cosa. Consciente de que la discusión entre los presos puede tener una buena acogida en el Gobierno, se ofrece como garante de futuros procesos de diálogo. De momento, Rubalcaba se mantiene firme, pero el ‘rún rún’ está servido.
n la segunda semana de septiembre comienza ya a girar la manivela del ‘Pacto de Lizarra segunda parte’. Nada ocurre por casualidad y cualquier movimiento, en la política vasca, está cuidadosamente estudiado. A nadie se le oculta que la ley de consulta del lehendakari pretende volver atrás, y recuperar los acuerdos en los que los nacionalistas tenían a la comunidad autónoma cogida por el timón. Ésa era (la vuelta al pacto excluyente entre nacionalistas) la moneda de cambio que exigió el entorno de ETA cuando apoyó al lehendakari Ibarretxe, con su voto, en la ley de consulta en el último Pleno del Parlamento vasco.
Las dos almas del PNV han ido expresándose según las necesidades. Pero suele ocurrir en el PNV, como en el resto de formaciones nacionalistas, que las actitudes más radicales prevalecen sobre las moderadas aunque éstas estén representadas en primera fila. Imaz tuvo que irse con su moderación a otra parte. Y su sucesor, el presidente Iñigo Urkullu terminaba el curso político compareciendo ante un foro madrileño al que aseguraba que «el PNV ha aprendido de Lizarra» en un tono que entonces se entendió como conciliador y esencialmente autocrítico. Es más, se llegó a creer que el PNV no iba a volver equivocarse corriendo el riesgo de repetir la experiencia. Pero la otra sensibilidad nacionalista, la de Egibar, volvía a poner orden al no ocultar su deseo de retomar el pacto entre nacionalistas. Y con eso se identifica el lehendakari Ibarretxe y en eso mismo está el socio radical del Gobierno de Ajuria Enea, Eusko Alkartasuna, que sigue empeñado en recuperar los tiempos más frentistas de la autonomía vasca.
Para socialistas y populares los tiempos del Pacto de Lizarra fueron los más oscuros de la historia del País Vasco, desde la Transición, porque sólo aportaron confrontación y odio entre los diferentes. Fue la etapa en la que menos se toleró la pluralidad vasca. Los nacionalistas pactaron con ETA hace ahora justamente diez años y, desde entonces, la política del consenso democrático ha quedado aparcada en el fondo del baúl de los recuerdos. Los no nacionalistas fueron expulsados del paraíso de la unidad de acción democrática que se quedó bajo la tutela de las fuerzas más radicalizadas del País Vasco. Fueron los años de las palabras huecas («sumar voluntades», «lograr el mayor consenso posible») contrarrestadas por la fuerza de los gestos excluyentes de unos partidos políticos que, en el fondo, se mostraban comprensivos con la existencia de ETA.
Tan concentrados estaban en fortalecer el bloque nacionalista que los de Batasuna, entonces llamados Euskal Herritarrok, comenzaron la legislatura apoyando al lehendakari. Un pacto que se tuvo que romper en cuanto ETA volvió a irrumpir en el escenario de la muerte. Pero para el socio más radical del Gobierno de Ajuria Enea, la experiencia fue tan «enriquecedora» que, en su opinión, «en el Estado nunca ha habido tanto temor a la reivindicación de un pueblo como en la época de Lizarra». Lo ha dicho en EL CORREO su presidente Ziarreta. Tan lamentable como textual. Un paso atrás del que difícilmente podrá desmarcarse el presidente del PNV con mensajes claros y contundentes que no comportarían más que enfrentamiento con el lehendakari. Una situación nada recomendable en pleno año electoral.
La conclusión es que, después de estos diez años, los nacionalistas quieren seguir por la misma senda de la exclusión para fortalecer la presión frente al Estado español. En ese empeño, qué duda cabe, el miedo a que ETA pueda seguir condicionando la política democrática española, sigue prevaleciendo en el Gobierno socialista, que permanece atento a las disensiones detectadas en numerosos integrantes del colectivo de presos de ETA. Los veteranos, molestos porque la ruptura de la tregua les ha dejado a los pies de los caballos de sus condenas por tantos asesinatos cometidos. Y enfrente, los recién incorporados, con toda una paranoia por delante y sin prisa por empezar a tirar la toalla.
Una situación ya vivida en otros ciclos del historial de ETA pero que ahora, con las fuerzas de la banda tan debilitadas, vuelve a cobrar el mayor interés. Otegi, recien salido de la cárcel se dedica a remover el caldo de cultivo de la negociación. Ha vivido de eso en los últimos años. No sabría hacer otra cosa. Por eso, consciente de que la discusión entre los presos puede tener una buena acogida en el Gobierno socialista, se ofrece como garante de futuros procesos de diálogo entre el ejecutivo de La Moncloa y la banda terrorista.
El acto de su homenaje en su pueblo sirvió de pantalla de agitación y propaganda a favor de ETA. Volverán también los intentos de recuperar la negociación entre el Estado y la banda terrorista. De momento, el ministro Rubalcaba se mantiene firme y envía mensajes que recuerdan a la filosofía del arrumbado Pacto Antiterrorista, centrados en decir a los terroristas que pierdan toda esperanza de lograr sus objetivos con sus métodos. Pero la serpiente de la disensión en el colectivo de los presos es francamente tentadora para cualquier Gobierno que pretenda pasar a la historia como el conseguidor del final de la pesadilla. El ‘rún rún’ está servido. Habrá que ver cuál es la reacción del Gobierno.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 8/9/2008