Un policía con un kalashnikov está plantado en medio de la carretera y hace señas a nuestro conductor para que se detenga. No quiere ver la documentación, ni registrar el vehículo. Sólo busca una rueda de recambio, porque se ha pinchado una del coche patrulla. Otros agentes hacen lo mismo con otro vehículo: un todoterreno al que también paran a punta de fusil y arrebatan sin contemplaciones una rueda de recambio que lleva en la parte trasera.
La carretera que une la ciudad afgana de Herat con Qala-e-now –la capital de la provincia de Badghis donde las tropas españolas estuvieron desplegadas durante casi ocho años– continúa sin asfaltar. Ahora los vecinos recurren a un camino alternativo: otra carretera también de tierra y en peores condiciones, pero más corta. Se ahorran así 30 minutos de viaje, que les permite llegar a Qala-e-now en cuatro horas y media. Eso, claro está, si no se encuentran con ningún imprevisto en el trayecto.
Desde que los efectivos españoles se replegaron de la provincia de Badghis en septiembre de 2013, circular por sus caminos se ha vuelto más peligroso. Hasta por esa carretera que une Herat con Qala-e-now, que siempre fue la más segura. La gente ya no sólo tiene miedo a los talibán, sino a cualquiera que lleve un arma, aunque sea la policía.
Durante los últimos tres años, ni un solo militar español ha vuelto a poner los pies en Badghis. Se pasó del todo a la nada. Por eso la presencia inesperada de esta periodista en Qala-e-now fue recibida en la Oficina del Gobernador Provincial con la exclamación de alegría: «¡Que vuelven los españoles!», como si llegara una comitiva, aunque sólo se tratara de una persona. A simple vista, parece que nada ha cambiado en Qala-e-now. La base militar construida por los españoles continúa en el mismo lugar, pero en manos del Ejército afgano. Y el hospital en el que la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo (Aecid) invirtió tanto dinero también sigue abierto.
«Los españoles pensaban que, cuando ellos se fueran, nos llevaríamos todo a nuestras casas y no dejaríamos ni un alfiler en la base militar», dice con su característico vozarrón el general de brigada Mohammad Zai Shirzad, actual responsable del Ejército afgano en la provincia de Badghis. «Pero mire, todo está intacto o incluso mejor. Ya lo puede explicar en España», añade con evidente posado de orgullo.
Y es cierto, las instalaciones militares da gusto verlas. Se ha construido un taller para vehículos, se han habilitado cuatro zonas de aparcamiento, se han instalado placas solares para tener electricidad de forma sostenible, e incluso se han plantado flores y césped por doquier hasta el punto de que, en muchas zonas, la base, más que un recinto militar, parece un jardín.
«La seguridad en la provincia también es mejor que cuando estaban los españoles», asegura el general de brigada Shirzad. «Nosotros tenemos mejor relación con la población local», apostilla. La versión oficial de la Oficina del Gobernador Provincial también es la misma: en Badghis todo va viento en popa y a toda vela. La marcha de los españoles no habría supuesto ningún revés para la provincia.
Sin embargo, las estadísticas parecen decir otra cosa. Según el último informe de la Oficina de las Naciones Unidas para la Droga y el Crimen (UNODC) publicado en octubre, Badghis fue en 2016 la segunda provincia de Afganistán donde se cultivaron más hectáreas de opio: un total de 35.234. Nunca antes había ostentado tal récord.
El Departamento de Contra Narcóticos en Qala-e-now –que es el que, en teoría, se debe encargar de la erradicación de los campos de adormidera– es una oficina cochambrosa, con sillones sobados, una mesa con una gruesa capa de polvo y poca luz. Su responsable, un hombre con turbante, Mohammad Ibrahim, explica que disponen de siete tractores para destruir los cultivos de opio, pero que sólo tres funcionan y no tienen «ni un litro de gasolina» para ninguno.
«Este año no hemos contratado a ningún trabajador para la destrucción de los campos de adormidera», confirma Ibrahim. ¿Porque con qué medios iban a hacerlo? «Y aunque los tractores hubieran funcionado, nadie estaba dispuesto a ir a las zonas donde están los campos de opio a jugarse la vida con los talibán», argumenta.
El responsable del Departamento de Educación en Badghis, Abdul Qayum Sajid, se apresura también a mostrar sus propias estadísticas. «Tengo muy buenos recuerdos de los españoles», empieza diciendo. «En Badghis hay 478 escuelas, de las que 103 son para niñas», detalla. En 2014, un año después de que se fueran las tropas españolas, ya cerraron cuatro colegios, asegura mientras ojea varios documentos. «En 2015 se clausuraron 42», asegura. Éste, ya ni lo sabe. Todas las escuelas cerraron por la misma razón: la guerra. El responsable de Educación se queda pensativo y suelta: «¿Los españoles volverán algún día?». No es el único que lo pregunta. Es la cuestión del millón en Qala-e-now.