Miquel Giménez-Vozpópuli

El fugaz espejismo de vivir en un país normal ha durado poco. Finalizados los actos de la jura de la Constitución por parte de Doña Leonor debemos enfrentarnos a lo que hay. Y lo que hay es un presidente que, con tal de seguir en su cargo, aceptará los votos de la antítesis de una democracia. Incluso amnistiará a delincuentes que en cualquier otro país estarían encarcelados por perpetrar un golpe de estado. Ese presidente es un embustero capaz de ponerse de chaqué y plantarse ante el Rey y su heredera para hablar de Constitución y leyes. Ese mismo que ha incrustado con ponzoñosa intención a sus partidarios en los órganos del Estado con el fin de poder cambiar leyes a su gusto para derribar el sistema democrático que asegura defender ante el jefe del estado.

Es la realidad, el amargo despertar. Repasemos: ahí tienen a ocho vocales del Consejo General del Poder Judicial cuyo sentido del deber les obliga a demandar un pleno de dicho organismo. Una realidad que les hace decir que la amnistía abole el estado de derecho, convirtiendo en papel mojado las sentencias del proceso separatista. Peor, ayuda a crear una casta política blindada ante la ley. No serán los únicos en hacer público su malestar. Hay convocadas manifestaciones en contra de dicha barbaridad en Valencia, Madrid, Barcelona y otras ciudades. Los partidos constitucionalistas protestarán y veremos cómo en la investidura de Sánchez alzarán sus voces protestando en contra de la deriva venezolana que ha cogido una velocidad imparable.

Unan todo a la demonización del discrepante al que se tilda de fascista, se organizan cordones “sanitarios” y se les persigue bajo la consigna “Fuera fascistas de nuestros barrios”

Desmembramiento de la unidad territorial acompañada de favoritismos para los golpistas, el juicio de los Pujol que no parece llegar jamás, el escándalo de los ERE del que nadie parece acordarse así com los Titos Bernis, las compras irregulares de material sanitario durante la pandemia, los confinamientos ilegales, mantener al parlamento cerrado a cal y canto, las consignas repetidas ad nauseam por medios pagados por el gobierno, la horda de culturetas subvencionados dispuestos a decir lo que haga falta, sindicatos comegambas callados ante la lesividad de leyes sanchistas como la ocurrencia de los fijos discontinuos, el pésimo funcionamiento de la administración, el nepotismo del gobierno, leyes como el sí es sí cuyos resultados ya hemos visto, inmigración ilegal alojada en hoteles de cuatro estrellas mientras los vecinos afectados por el volcán de La Palma siguen hacinados en infectos barracones, miles de millones entregados por Bruselas de los que el gobierno no ha repartido un euro y nadie sabe a dónde han ido a parar, oscuros tejemanejes con Marruecos y los narco regímenes sudamericanos, Delcy, las maletas, y un escándalo diario que pretende tapar al anterior. Unan todo a la demonización del discrepante al que se tilda de fascista, se organizan cordones “sanitarios” y se les persigue bajo la consigna “Fuera fascistas de nuestros barrios”.

Podemos enorgullecernos de nuestro pasado pero, como Fedro, jamás hay que regodearse en aquello que hemos sido, lo serio es ver lo que somos ahora

El CNI, Indra y el CIS en manos sectarias, gente de honor como el, para mí, general López de los Cobos represaliado por un ministro ineficaz y peligroso, una clase media arruinada, sin capacidad de ahorrar, y una clase política cada vez más poderosa. Esa es la realidad. Podemos enorgullecernos de nuestro pasado pero, como Fedro, jamás hay que regodearse en aquello que hemos sido, lo serio es ver lo que somos ahora. Y lo que somos se resume en que el artífice de la democracia, Don Juan Carlos, llegó casi clandestinamente a una celebración privada en la que se veía por primera vez con toda su familia desde que lo exiliaron ignominiosamente y se fue a la que terminó, destino Londres. Mientras tanto, en las vascongadas hacen onguietorris a criminales, en Cataluña se homenajea a Pujol, a los golpistas y se persigue el español incluso en los patios escolares. Resumiendo, los españoles somos cada vez más pobres y menos libres. La realidad.