Tonia Etxarri-El Correo
Cabalgando sobre la agenda electoral. Y sobre sus contradicciones. Así van los perdedores de las elecciones del pasado 28 de mayo, enfundados ya en el traje de campaña del 23 de julio. A pesar de la precipitación se han tomado su tiempo para la reflexión, aunque no parece que en el caso del PSOE estén atinando en sus reacciones. En Euskadi ha habido abstención no sólo por desafección sino como opción de castigo. El desgaste del PNV en beneficio de EH Bildu, que ha crecido exponencialmente absorbiendo parte del espacio de Podemos cuando, en el resto del país, el partido de Otegi ha sido uno de los detonadores del voto de castigo al Gobierno de la Moncloa, ha provocado que Andoni Ortúzar diga que acusa el golpe.
Pero la diligencia por cerrar los pactos apalabrados entre el PNV y PSE para asegurarse mayorías absolutas en ayuntamientos vizcaínos, arrebatar a Bildu la Alcaldía de Vitoria y la Diputación de Gipuzkoa obedece a una necesidad de reparto de poder. No guarda relación alguna con una exigencia democrática a la coalición de Otegi. Ni mucho menos. Se trata de quitarles parcelas de influencia institucional para quedársela ellos. ¿Les puede salir caras las consecuencias de la reacción de Otegi ante los pactos en Navarra y la Alcaldía de Pamplona? Está por ver. Bildu no puede dejar de apoyar al partido de Sánchez en la comunidad foral porque jamás ha obtenido tantos réditos políticos como con este presidente.
El PNV también piensa sacar provecho del escaso margen de maniobra que tiene el PP. Se va a dejar apoyar por ellos ‘gratis et amore’ consciente de que los populares son rehenes de su coherencia. Si existe alguna certeza en el campo minado de estos pactos es que el PP de Iturgaiz no va a facilitar que se le dé ventaja a Bildu. ¿Hará lo mismo el PNV en Labastida y Laguardia, por ejemplo, donde ha ganado el PP o se dejará apoyar por Bildu para hacerse con estas alcaldías? Esa maniobra ya la hizo en Vitoria en el 2015 para desalojar al popular Javier Maroto, que había ganado las elecciones con mayoría.
Que el hartazgo de buena parte de la ciudadanía haya perjudicado notablemente a los partidos que gobiernan es un fenómeno que se ha agudizado mucho más con el PSOE. De las lecturas correctas sobre los errores cometidos puede surgir rectificaciones. Pero si piensan sentar la base de su campaña lamentando lo injustos que han sido los electores con ellos, les estarán riñendo por su comportamiento. El 28-M debería servir a Pedro Sánchez y sus ovacionadores para poner punto final a una forma de hacer política. Pero de la conmoción está surgiendo una reafirmación errática. Sánchez busca culpables a su alrededor porque ya no se fía de nadie. Pretende desprenderse del extremo de la ultraizquierda nacionalista de Bildu, después de haberse beneficiado de su apoyo durante toda la legislatura, para aparentar centralidad. Y ubicar en el otro extremo a Feijóo si depende de Vox. Pero su credibilidad ha descendido a los infiernos. Máxime si él ha decidido ubicarse en una trinchera, volviendo a resucitar a los bloques.
Todos los demoscópicos saben a quién beneficiaría una elevada abstención. Por eso Pedro Sánchez nos ha convocado en una fecha tan desmovilizadora. Pero, cuidado. Lo primero que tiene que conseguir es que le voten los suyos. Ya hemos visto que el rechazo puede reactivarse en una opción de castigo. La papeleta en contra se está anticipando en el aluvión de solicitudes del voto por correo.