IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La derrota de Sánchez es seria. Con una diferencia como ésta –cuatro puntos- no habría podido mantener la Presidencia

Le importará lo que le importe, que será más bien poco porque nadie en España se ha ido del poder por unas elecciones europeas y porque quienes pueden derribarlo son sus socios y no la derecha, pero la derrota de Sánchez ha sido bastante seria. Quizá no hubiese sido presidente de haber perdido las generales por una diferencia como ésta. Es cierto que la ventaja del Partido Popular era mayor al principio de la campaña y que el PSOE ha logrado acortarla mediante una maquinaria propagandística de eficacia contrastada. Es cierto asimismo que no caben extrapolaciones afinadas con una participación tan baja. Pero también lo es que cuatro puntos representan una distancia sensiblemente mayor de la que el Gobierno esperaba, o al menos de la que decía esperar en la impostada euforia de la última semana. Aunque a efectos reales no vaya a cambiar nada: Feijóo seguirá en la oposición, Sánchez permanecerá en la Moncloa y su esposa continúa imputada.

Será interesante, tal vez incluso divertido, escuchar el argumentario con que los maestros del relato interpreten el resultado, los malabarismos para justificar un revés por encima de sus cálculos. Lo fácil será desdeñar los porcentajes y hablar de empate técnico en escaños. La realidad es que el sanchismo había aceptado el planteamiento de unos comicios plebiscitarios, metiendo hasta a Begoña Gómez en el ajo para buscar en el sufragio una absolución populista del escándalo, y la estrategia ha devenido en fiasco. La amnistía, el caso Koldo y los trapicheos de la ‘segunda dama’ eran un lastre demasiado pesado para levantarlo. La táctica que sirvió para salvarse por los pelos el pasado verano –el espantajo de la ultraderecha y la resignificación positiva de los vituperios del adversario– no ha funcionado. Sin nada decisivo en juego, los votantes de izquierda han mostrado poco entusiasmo en la defensa de su liderazgo.

Sin embargo, no parece presumible que este voto de censura, o de castigo, precipite un final anticipado de la legislatura. Ese desenlace depende del proceso de investidura en Cataluña, que es lo que a Sánchez más le preocupa. Sin garantías de éxito, y la jornada de ayer deja al respecto muchas dudas, no anticipará la llamada a las urnas. Ha sobrevivido a muchos fracasos parciales, alguno muy grave, y ha tirado adelante. Sólo que ahora su equilibrio es aún más precario porque está más que nunca en manos de un personaje, Puigdemont, acostumbrado a moverse al margen de cualquier premisa lógica o razonable. El mandato sólo puede ya estirarse a base de someter cada decreto o cada proyecto legislativo al pago de un exigente rescate. Tampoco Feijóo, por su parte, puede colegir que su apreciable facturación lo acerque automáticamente a la Presidencia en unas hipotéticas generales. Le han vuelto a sobrar errores no forzados y a faltarle tino en los mensajes. Aunque esta vez no haya fallado el penalti.