MANUEL MARÍN, ABC – 23/06/15
· «Atrás quedan los tiempos en que Zapatero se indignaba con quienes apelaban a España como recurso para lograr el voto sentimental. Y los llamaba patriotas de hojalata… por envolverse en la bandera»
El tiempo dirá si la exhibición patriótica de la bandera nacional en el acto de proclamación de Pedro Sánchez como candidato socialista es un efecto óptico de mercadotecnia presidencialista, un truco de diseño propagandístico y cartonaje institucional o, sencillamente, si es cierto lo que dice: «Quiero que el PSOE sienta esa bandera como propia». Hasta ahora, y desde el año 2000, el PSOE había hecho notables esfuerzos exactamente para lo contrario porque la enseña nacional no cuadraba en la estética del modernismo socialista ni en la iconografía de los nuevos «derechos civiles y sociales». La bandera rojigualda era rancia, evocaba conceptos casposos y desde Ferraz la asociaban a la derecha con cierto desprecio histórico-filosófico. No era cool.
De hecho, hasta hoy permanecía indeleble en el ideario socialista aquella máxima acuñada por Rodríguez Zapatero en el Senado –«el concepto de nación es discutido y discutible»–, con la que quiso justificar la definición de Cataluña como nación en el preámbulo de su nuevo Estatuto. Nadie, salvo Sánchez ahora, había hecho el amago de comunicar a su electorado que el concepto de nación española ya no es ni discutido ni discutible. Incluso, que el valor de España se puede exhibir sin complejos, con naturalidad y orgullo, reivindicándolo como un todo en positivo que suma, y no resta.
Desde la presunción de que su sentimiento sea sincero, Pedro Sánchez tiene trabajo por delante. El primer secretario de los socialistas catalanes, Miquel Iceta, ha elogiado este socialismo remozado newwave-cañí de Sánchez con el entusiasmo que produce una partida de ajedrez entre jubilados en el parque. Ni se ha molestado en fingir. Leído entre líneas, Iceta sospecha que la escenografía en rojo y gualda será la puntilla del PSC.
Hay federaciones socialistas como la vasca y la catalana en las que la deriva de los años ha producido inclinaciones nacionalistas indisimuladas. Y en algunos casos, exacerbadas. Meses atrás, en Navarra, el PSN quiso pactar con Bildu; en Euskadi sectores socialistas son abiertamente independentistas; y significados militantes del PSC huyeron de su propio partido para enrolarse en ERC y en otras formaciones aledañas. Ahora, en la Comunidad valenciana ha pactado con Compromís, también secesionista. No puede decirse que sean compañeros de viaje con un enfervorecido sentimiento patriótico. Muy al contrario, combaten «lo español».
Durante los últimos años, el PSOE ha participado en huelgas, manifestaciones y concentraciones callejeras de la mano de sindicatos, movimientos vecinales y colectivos antisistema enarbolando todo tipo de banderas sindicales, republicanas… Nunca españolas. No se recuerda. Por eso Pedro Sánchez ha convertido en noticia lo que nunca debió serlo: un líder político que aspira legítimamente a presidir el gobierno de España reivindica el principal símbolo de la unidad nacional. Lo natural.
Pero es lógico que despierte recelos y que otros partidos vean la estética de su proclamación como un escaparate de oportunismo electoralista para improvisar una rectificación del rumbo perdido. Dos argumentos les avalan. Primero, resulta incoherente proponer una España federal proclamándose candidato ante una bandera cuyo escudo ilustra una Constitución que rechaza el federalismo.
Segundo, la búsqueda de un electorado moderado y progresista, ajeno a la impostura revanchista de los populismos radicales, se demuestra con hechos. No con imágenes provocadas de portada. Las alianzas diseñadas por Sánchez tras las elecciones del 24-M abundan en una idea epidérmica de la política, en la que conformar «mayorías de progreso» se ha convertido en una cesión a partidos de extrema izquierda para conseguir cuotas de poder. Legítimo, pero arriesgado.
Sánchez actúa como un ventrilocuo a dos voces, la extremista que brota de dentro y la patriótica que finge en el espectáculo. Parece necesitado de golpes de efecto para rescatar al PSOE de un marasmo que le lleva a repetir, en cada proceso electoral que se celebra desde 2011, los peores resultados de su historia.
Envolverse en la bandera es loable si se hace con coherencia. Debería ser lógico, espontáneo y no impactar a nadie. Los españoles deberían animar a sus políticos a presumir de bandera nacional. Pero para Sánchez el riesgo de no ser creíble es alto. Atrás quedan los tiempos en que Zapatero se indignaba con quienes apelaban a España como recurso para lograr el voto sentimental. «Patriotas de hojalata» los llamaba. Por envolverse en la bandera…
MANUEL MARÍN, ABC – 23/06/15