- Lo que encierra la impostada firmeza ética del centrista puro, en el fondo, no es tanto el equidistante “Ni con Vox ni con Bildu”, sino el progresista “Ni con Vox ni sin el PSOE”
Quiso la casualidad que apenas unos días después del hilo fantástico de Toni Roldán sobre los parecidos entre Vox y Bildu, el PSOE vasco presumiera en Twitter de su reunión con el coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi. Cada vez que se produce uno de estos encuentros aparecen decenas de mensajes lamentando el supuesto cambio en la actitud de los socialistas con la izquierda abertzale, “antes lo evitaba, ahora lo busco”, pero el punto de no retorno se superó hace ya mucho tiempo. La foto de Idoia Mendia brindando con Otegi en la portada del Diario Vasco es de 2018. Y, salvo un par de honrosas excepciones, aquello no supuso ningún escándalo a nivel interno. Cada paso que da el PSOE no es por tanto un paso más hacia la normalización, sino un tranquilo paseo por la normalidad.
“Cumplimos”, decían con orgullo al final del tweet. Y es justo reconocer que, efectivamente, cumplen. No sólo eso, sino que además son fieles a la voluntad de sus votantes, que va cambiando según se manifiesta la voluntad del partido. Una encuesta de El Español lo mostraba hace un par de semanas: al 77% de los votantes socialistas le parece bien que Sánchez pacte presupuestos y leyes con Bildu “como si fuera un partido más”. Y de la misma manera que ante cada gesto de normalidad se nos presenta el espejismo de lo inédito, ante cada encuesta de este tipo se les aparece la necesidad del espejo. Si el PSOE tiene la sombra de Bildu, entonces el PP ha de tener una sombra equivalente, porque el eterno viaje al centro del centro exige simetría, orden y líneas rectas.
Esa sombra, como reflejaba el hilo de Roldán, es Vox. La idea era sencilla y cabía en un tweet: Bildu es “muy parecidito a Vox, en el País Vasco”. Horas después desarrollaba el argumento en diez partes, por si no había quedado claro, y aportaba matices ciertamente interesantes. El más interesante era precisamente la propia estructura del razonamiento. Para establecer el parecido entre ambos partidos procedía a enumerar nueve características que al parecer compartían ambos, y dejaba para el final una diferencia (esencial, decía): “miembros en activo de Bildu han estado directamente relacionados con episodios de violencia”. Se podría hacer una comparación similar entre Jack el Destripador y cualquier médico: manejan instrumentos afilados, pasean de noche, leen el periódico, uno de ellos ha estado directamente relacionado con episodios de cirugía no consentida.
Sí, en efecto, uno de los dos partidos lo dirigen personas que han estado “directamente relacionadas con episodios de violencia” y en el otro no pasa lo mismo, qué contrariedad
Como bien sabe Roldán, lo que importa y lo que permanece en un juicio extenso es la tesis. Y la tesis en lo de Roldán no es esa diferencia esencial expresada de manera extraña y que deja para el final; la tesis es todo lo anterior. La tesis es que Vox y Bildu son casi idénticos, y por lo tanto habría que tratarlos del mismo modo. Sí, uno de los dos partidos lo dirigen personas que han estado “directamente relacionadas con episodios de violencia” y en el otro no pasa lo mismo, qué contrariedad; pero en lo demás, el parecido es indiscutible. O sea, equivalentes al 90% y a correr, que para algo somos de ciencias sociales.
Sólo con esto ya se podría decir que el juicio en diez entregas evidencia una preocupante falta de comprensión de fenómenos políticos y éticos bastante sencillos, o algo peor, una muestra de deshonestidad intelectual, pero es que ni siquiera acierta cuando describe a los dos partidos. En el primero de los parecidos, y por centrarlo en Bildu, afirma que son nativistas, que no les gusta la diversidad, que se sienten herederos de un pasado glorioso y que ven las relaciones con otras naciones como una amenaza. Nada de eso es cierto, aunque se haya convertido en tópico. Lo cierto es que Bildu es uno de los partidos más internacionalistas de España, presumen de lazos con multitud de naciones y culturas y no se sienten herederos de ningún pasado glorioso (entre otros motivos porque la milenaria Euskal Herria no ha dado nunca un Siglo de Oro). “Eso se traduce en xenofobia”, continúa, “en supremacismo, en rechazo al diferente y en hostilidad por los extranjeros”. Tampoco es correcto. Los abertzales están siempre al lado -probablemente detrás- de iniciativas de apoyo a los inmigrantes y a los refugiados, y odian más al vasco de derechas que al oprimido que viene de fuera, como evidencia que una parte importante de los miembros más destacados de ETA fueran gallegos, extremeños o castellanos. Roldán no sólo necesita inventar una derecha equivalente a la izquierda abertzale, sino que también inventa males inexistentes en Bildu. Y todo por no limitarse a señalar únicamente lo esencial, que sería lo correcto pero tendría el inconveniente de anular la comparación.
Bildu, en fin, presume incluso de ser un partido ecologista y feminista. Hay que tener cuidado con las comparaciones forzadas porque nunca se sabe por qué caminos te van a llevar
En la tercera afirmación la cosa se pone aún más interesante. “Son herederos de ideologías autoritarias y antiliberales surgidas de la misma corriente antimoderna forjada en el s .XIX en España”. ¿De dónde surgió el PSOE, por curiosidad? ¿De un repollo en el mundo de la piruleta? La posibilidad de incluir a los socialistas en esta excéntrica analogía no termina con el origen, si seguimos el hilo: “Justifican o apoyan regímenes autoritarios, utilizan tácticas populistas, rechazan la complejidad, reducen el mundo a una batalla entre buenos y malos”… Bildu, en fin, presume incluso de ser un partido ecologista y feminista. Hay que tener cuidado con las comparaciones forzadas porque nunca se sabe por qué caminos te van a llevar, y la relación con una organización terrorista está a la vuelta de la esquina de Ferraz, 70; no quiero ni imaginar lo que supondría para un centrista puro tener que pedir que no se pactara con el PSOE.
Llegamos a la última afirmación importante, que no es la del final, sino la novena. Dice así: “Son incapaces de desligarse plenamente de los orígenes violentos de su tradición política: en un caso los repugnantes asesinatos de ETA, en el otro los igualmente repugnantes asesinatos de la dictadura franquista”. Es justo ahí donde alcanza su máximo esplendor la aterradora simetría a martillazos, el rechazo equidistante a Otegi y a Ortega.
Y es justo ahí, en ese razonamiento deshonesto o deslavazado, donde reside el éxito de Sánchez. Porque lo que encierra la impostada firmeza ética del centrista puro, en el fondo, no es tanto el equidistante “Ni con Vox ni con Bildu”, sino el progresista “Ni con Vox ni sin el PSOE”.