Gregorio Morán-Vozpópuli

Además de mirarse el ombligo en el espejo no vendría mal echar una ojeada a la involución de buena parte de la sociedad española. No se trata de la aparición de Vox, sino de que la extrema derecha constituya el tercer partido y en creciente incremento. Mientras, en el más estruendoso silencio, la izquierda institucional va de capa caída. Aún espero de sus locuaces voceros gubernamentales y mediáticos unas líneas de reflexión que traten de iluminar por qué de aspirar a conquistar los cielos han pasado a una inquietante minoría parlamentaria que cuida poltronas.

Que la extrema derecha haya arrinconado a los ambiciosos muchachos de la transformación del mundo no parece inspirar a esas mentes privilegiadas que se jactaban de poder cortar un pelo en dos. Quizá se hayan quedado calvos de tanto pensar en la hegemonía cultural que se les ha ido de las manos. Son más de lo mismo, idéntica casta castradora, tendente a imitar los vicios de sus mayores sin ninguna de sus virtudes. No saben encajar ni salirse de los charcos donde irremisiblemente se meten para beneficio de su parroquia funcionarial. Hasta las puertas giratorias de los altos cargos, tan legales como humillantes para la ciudadanía, las practican impunemente. Que Montilla el converso y Blanco el siniestro se coloquen en Enagás es un ejercicio al estilo de don Alejandro Lerroux, el pomposo radical del verbo y la impudicia. ¡Un sitio para nosotros! ¡Colocadnos a Gallego, es nuestra cuota!

Vox nace al calor de la ofensiva del inefable frívolo que fue y sigue siendo Rodríguez Zapatero

La extrema derecha quedó muy desvaída tras la muerte de Franco. La mayoría se adaptó a la Transición tras dos interregnos fracasados: los Siete Magníficos que cabalgaron junto a Fraga y la campaña a favor de Blas Piñar que le llevó a un efímero escaño en el Parlamento. Fraga que no era precisamente el Winston Churchill que aspiraba a ser, sino un don Antonio Maura en sus últimos años de decadencia, entendió que su techo electoral de emuladores de la dictadura no podía desatascarlo más que él y se retiró a su “burgo podrido” de Galicia donde ejercía de tribuno de una derecha hirsuta que daba sus últimas boqueadas.

Vox nace al calor de la ofensiva del inefable frívolo que fue y sigue siendo Rodríguez Zapatero. Al talento maniobrero de Alfonso Guerra le falló la mano, quizá la edad y cierta falta de ejercicio tras años de bambalinas y ostracismo. A él se debió la elección de Zapatero. Todo menos Bono, heredero e hijo putativo del viejo Tierno Galván, al que no debían darle una oportunidad póstuma para cambiar las señas de identidad del PSOE. Y cayeron en la trampa de un chico que venía de León, donde su organización había pedido que le desterraran y nadie preguntó por qué. Era un pintón con cierta inclinación a la exhibición y la indolencia y una sonrisa que encandilaba a los simples como él. Como no sabía de economía, ni de política, ni de nada que no fuera sonreír y quedar bien, se decidió por la más temeraria de las opciones para un holgado buenista. La guerra no había terminado y la izquierda tenía la oportunidad de darle la vuelta a la tortilla, como habían añorado sus ancestros familiares. Había que cambiar el diseño de la Transición y convertirla en algo similar a la ruptura con el pasado. Todo se podía mejorar con algunos guiños y una nueva generación de socialistas recién salida de la inanidad.

Las batallas en que se metió la izquierda, y más aún en las que la metieron, siempre se saldaron en derrotas. Tras victorias parciales lograban devolverla al pozo. La Ley de Memoria Histórica revisaba la Guerra Civil y la humillante etapa de posguerra. Se podía librar una batalla social y cultural para la justa reparación de tantos crímenes como ejecutó el franquismo, pero usar el BOE para declarar una victoria que sólo estaba en la mentalidad colectiva de una minoría de nietos e hijos de las víctimas era un paso que ofrecía graves riesgos secundarios. El principal, despertar a la bicha, la que había ganado a sangre y fuego todos las batallas hasta los períodos de Suárez y González. Como quien dispara un arma que desconoce, no evaluaron la importancia del retroceso, el culatazo que produce un disparo de novato.

Cuando “el precio de la Transición” se iba pagando en incómodos plazos apareció el fantasma de la Transición como traición, y ahí tenía tanto que hablar la derecha ganadora de la historia como la izquierda que había pasado página con demasiada alegría. Sin esas coordenadas de soberbia, resentimiento y torpeza no sería comprensible el nacimiento de Vox. Su crecimiento espectacular vino después.

Los gubernamentales se sacaron del armario una teoría para estudiantes de ciencias políticas, cuando se confunde discutir de política con hacerla. Había que recordar a los españoles, y más aún a sus activistas juveniles, que era una aberración histórica que la memoria de Franco conservara determinados privilegios y no se le declarara como Hitler y Mussolini enemigo de la humanidad. Mantengo mi convicción de que Franco y el franquismo provocaron la mayor herida social de España en siglos, prolongando una dictadura criminal durante 40 años, pero sin perder ninguna guerra; a trancas y barrancas las fue ganando todas.

La victoria más trascendente de Franco, amén del apoyo incondicional de la Iglesia, fue el de haber embridado varias generaciones de españoles que no conocieron otra vida que aquella que él les concedió en pequeñas dosis

Primero como aliado de Hitler y Mussolini, después convirtiéndose en el privilegiado de la política exterior de la primera democracia del mundo, los Estados Unidos, y luego, jugando con una inmarcesible capacidad de resistencia, irse colando en las instituciones democráticas europeas, y todo con un costo ridículo: vedarse la posibilidad de salir de España como no fuera a visitar a su homólogo Salazar, en Portugal. Pero su victoria más trascendente, amén del apoyo incondicional de la Iglesia, fue el de haber embridado varias generaciones de españoles que no conocieron otra vida que aquella que él les concedió en pequeñas dosis. Cuarenta años de dictadura echan raíces hasta en los palmerales del desierto.

Vox es un retoño de ese bosque que dejó el franquismo. Nada que ver con el fascismo de los años 30 y 40. Ellos son la extrema derecha. Reaccionaria porque añora tiempos pretéritos y se enfrenta a un enemigo que parece salido del Clan de los Mentirosos. Consiguieron 600 mil votos más que Podemos: se acercaron a los cuatro millones. Si esa fuerza tiende su manto sobre las clases populares de la precariedad laboral y el coronavirus… sabremos lo que vale un peine. La coalición PSOE-Podemos está jugando a la ruleta rusa con un revólver prestado. Y la cabeza es la nuestra.