Rubén Amón-El Confidencial
El partido dirigido por Santiago Abascal exhibe músculo parlamentario y político deteriorando el hábitat democrático y comprometiendo al Partido Popular de Pablo Casado
Se le han quedado cortos a Santiago Abascal los Cien Mil Hijos de San Luis. El mesías de Vox custodia desde la peana sus 3,6 millones de votantes, militantes y paramilitantes, neologismo que alude al híbrido del afiliado castrense cuya filantropía exuda el lema “A por ellos, oé, a por ellos, oé”.
Abascal ha convertido la muchedumbre electoral en el aval para intoxicar la convivencia y encubrir sus decisiones. Lo dijo claramente en la euforia del día después: quien lo insulte a él, está insultando a 3,6 millones de españoles. Queda expuesta, pues, una identificación, una mistificación, entre el condotiero y la grey, a su vez ilustrativa de un movimiento político-social que consolida la superstición del electorado hacia las referencias providencialistas.
Distópica es la España preautonómica y precomunitaria que postula Abascal con su armadura de cruzado. Una regresión cavernaria que abomina del mundo global y cosmopolita en beneficio de una patria imposible y anacrónica. Acostumbra a decirse estos días que no puede haber en España 3,6 millones de ultraderechistas, pero ni el cabreo ni la indignación elude la responsabilidad de quienes se han adherido a un partido oscurantista e inequívoco en sus propuestas. No ya por la xenofobia, la eurofobia, el antifeminismo y el antiliberalismo de antaño, sino porque la propuesta de ilegalizar partidos y la mordaza a la prensa jalonan las novedades de un proyecto confesional y supremacista que se abastece irresponsablemente de las psicosis.
Más que una parodia de Trump y un reflejo de la ultraderecha excluyente que amenaza Europa -de Polonia a Italia-, el eslogan de “España para los españoles” representa la paradoja de neutralizar el soberanismo catalán desde el nacionalismo rojigualda. Abascal opone una religión a la otra. Rebate la Constitución en títulos y artículos capitales. Excita el patriotismo de la pureza y de la identidad. Estigmatiza al extranjero, al “otro”. Propone la erección de muros y de fronteras. Cultiva los instintos y las emociones con el griterío del estadio: a por ellos, a por ellos.
No hubiera conseguido Abascal semejante victoria -52 diputados- sin los disturbios de Barcelona, sin la complicidad de los votantes y sin la colaboración de los rivales. Pedro Sánchez es el ejemplo más claro porque la convocatoria electoral exacerbó la aversión al sistema y porque hizo del monstruo de la ultraderecha el mejor argumento movilizador… de la ultraderecha.
El antisanchismo ha dado vuelo a Vox como lo han hecho las operaciones de blanqueo en que han incurrido PP y Cs. Lo demuestran los pactos de gobierno implícitos, la imagen escandalosa de Colón, la ‘omertà’ que Rivera y Casado expusieron en el debate televisivo y la propuesta de ilegalización de partidos que se tramó obscenamente en la Asamblea de Madrid.
Abascal se ha “normalizado” sin renunciar a sus mensajes incendiarios e inconstitucionales. Y ha introducido una mutación en Vox que homologa su partido con la ultraderecha continental. Ya no es una agrupación pintoresca que aglutina gremios desclasificados -cazadores, machotes, carnívoros, taurinos- y folclore patriotero, sino un proyecto retrógrado que pretende resolver problemas reales -la desigualdad, la angustia obrera, la inmigración, el desempleo- con soluciones viscerales y utópicas. De hecho, la gran ventaja de Abascal consiste en que se halla exento de gobernar. Su margen de crecimiento se lo va a proporcionar el desgaste y la negligencia de los adversarios.
Y se lo va a garantizar su posición en el teatro de la antipolítica y del bloqueo, sobre todo porque el umbral de los 50 diputados permite a Vox presentar recursos de inconstitucionalidad para neutralizar las leyes que se aprueben en las Cortes y hasta en los parlamentos autonómicos. Reviste interés este último matiz porque Abascal puede condicionar los pactos de gobierno vigentes. Y porque amenaza seriamente la hegemonía del PP de Pablo Casado en el liderazgo de la oposición, no digamos cuando Abascal convierta el pacto de Sánchez e Iglesias en el mejor argumento recurrente para exteriorizar el megáfono. El Parlamento será para el líder de Vox el mejor teatro de operaciones.