Juan Carlos Viloria-El Correo

  • El partido de Abascal puede estar celebrando, instintivamente, otros cuatro años más de «sanchismo» y radicalización populista

La intempestiva renuncia de Iván Espinosa de los Monteros de la dirección de Vox coincide, curiosamente, con el anuncio de la bancarrota de Podemos, el partido de Pablo Iglesias que inició un ERE y cierre de sedes por cese del negocio. En los dos extremos del arco político las elecciones del 23-J han dejado un ambiente de desolación que presagia un fin de ciclo. La habilidad de la izquierda para guarecerse tras la sigla Sumar y agazaparse tras la imagen de Yolanda Díaz, evitó una mayor debacle a la izquierda del PSOE, pero la derecha no fue capaz de limar las aristas del partido de Abascal y ofrecer al electorado un sucedáneo similar. El resultado ha sido una brutal pérdida de poder e influencia parlamentaria, un desplome que impide al PP contar con una mayoría aritmética y un desconcierto táctico que le lleva a bloquear el gobierno de Murcia si no le dejan entrar en el Gobierno, pero ofrecer a Feijóo su apoyo sin contrapartidas en una eventual investidura.

El abandono de Espinosa de los Monteros, sumado al apartamiento de afiliados de peso del sector más liberal como Víctor Sánchez del Real o Rubén Manso, mientras se hacen fuertes representantes de los grupos más sectarios de la constelación ultraconservadora, augura un rumbo errático para el partido de Abascal. Errático pero con un objetivo de fondo: consolidar una fuerza política de derecha radical en España coordinada con la misma constelación de partidos en la Unión Europea. Vox parece encerrarse en su laberinto obsesionado por denunciar la Agenda 20/30, las conspiraciones de George Soros, las leyes de género, las inmigración ilegal, la inseguridad ciudadana, ect. Instintivamente puede estar celebrando otros cuatro años más de «sanchismo» y radicaliazión populista de izquierdas porque, en el fondo, es el ambiente socio-político más favorable a su consolidación como fuerza política de contraste. Paradójicamente su referente transalpina, «Hermanos de Italia», está templando su discurso.

La propia Georgia Meloni, en un gesto significativo, acaba de querellase contra el cantante de un grupo musical (Placebo) por llamarla fascista. Pero la política española cada vez se parece más a una serie de Netflix. Pero Borgen, House of Cards, el Ala Oeste y otras, son nivel Mary Poppins, en comparación con el guión que se está gestando en el «país de países» como dice la jefa de Sumar. Un político prófugo y perseguido por la justicia se convierte en el protagonista decisivo del futuro, parasitado al presidente del gobierno; los herederos de un grupo terrorista que persigue la independencia se convierten en un poder fáctico; una comunista «a la page» vestida de diseño, será la mano derecha de un presidente cuyo partido había perdido las elecciones. Y así hasta la temporada X. En el laberinto no solo está Vox.