Gorka Maneiro Labayen-El Correo
La irrupción de nuevos partidos en los parlamentos es algo que incomoda a los viejos. Los debutantes, desde un cierto adanismo entreverado con la arrogancia que provoca la inexperiencia, nos prometen el oro y el moro, un antes y un después, y medidas nunca vistas antes. Normalmente, la cosa no es para tanto, pero su presencia sí es una molestia para los grupos ya asentados. Estos no solo tendrán que repartir con un nuevo actor político los recursos dinerarios del Parlamento, sino que además deberán repartir los tiempos de intervención y su presencia en las distintas ponencias y comisiones. Y, lo que puede ser mucho peor para ellos, tendrán que convivir con una formación que podría provocar que su cuota de poder, su protagonismo o sus intereses se vieran mermados o condicionados.
En el Parlamento vasco tienen el recuerdo reciente de UPyD, cuyo diputado (un servidor) terminó batiendo récords de iniciativas presentadas e intervenciones realizadas. Y, lo que más los incomodó, llevó a la Cámara unas cuestiones y unos argumentos nunca escuchados antes en relación a cuestiones como el terrorismo, la manipulación informativa, el adoctrinamiento educativo, la injusta ley electoral, la corrupción o la política lingüística, y no digamos ya en relación a temas como el entramado institucional, la foralidad o el Concierto Económico. Ya hubo entonces amagos de otros partidos (especialmente, del PNV) para reducir nuestros instrumentos de intervención política, pero finalmente no terminaron de concretarse y siempre (o casi siempre) pudimos ejercer plenamente nuestros derechos.
La Mesa del Parlamento vasco ha decidido reducir los tiempos de intervención de Vox, el número de iniciativas que pueda presentar, así como su número de asistentes, reducido ahora a un único asesor. Que Vox tenga menos tiempo de intervención que el resto de grupos puede ser entendible, ya que no es lo mismo un grupo parlamentario de un solo diputado que uno de 30. Del mismo modo, añado que no es demasiado relevante poder intervenir tanto tiempo como los demás, ya que lo que puede decirse en diez minutos puede igualmente decirse en tres, para lo cual, eso sí, habrá que reunir argumentos, ir al grano, elaborar buenos discursos y no irse por las ramas. Por ello, que Vox vaya a disponer de menos tiempo no me parece que sea un obstáculo insalvable.
Además, la Mesa ha decidido reducir el número de iniciativas que pueda presentar. De este modo, verá reducida su capacidad para tratar aquellos temas que la formación considere más de su incumbencia. Obviamente, podrá mostrar su posición en relación a las iniciativas que presenten el resto de grupos y no le faltarán opciones para dejarse oír. Verá reducida su capacidad de iniciativa, pero, siendo una sola diputada, tampoco esto será algo demasiado perjudicial para sus intereses. Porque, además, el hecho de ser un solo parlamentario te impide poder abarcar todos los temas que se traten; y es preferible, desde luego, concentrar fuerzas y preparar bien y con rigor aquellos en los que uno decida intervenir.
Finalmente, la Mesa ha decidido concederle un único asistente para enfrentar todo el trabajo parlamentario. Esta decisión sí lastrará su capacidad política. A buen seguro, Vox deberá contar con ayuda externa para desarrollar semejante trabajo (por cierto, lo contrario de lo que suelen hacer los grupos grandes, a algunos de cuyos asistentes no se les verá jamás por el Parlamento vasco). Digan lo que digan los populistas, los asistentes son el instrumental indispensable para que el diputado pueda desarrollar mejor su tarea, ya que él solo sería incapaz de abarcar todos los temas y de realizar el trabajo que los ciudadanos esperan de sus representantes. Por lo tanto, que Vox vaya a disponer de un solo asistente le supondrá una limitación evidente.
En mi época, la Mesa no se atrevió a reducir en las mismas proporciones nuestros tiempos, nuestra capacidad de iniciativa ni nuestros asistentes. Es probable que lo hagan ahora porque reducírselo a Vox está mejor visto y porque esta decisión viene a concretar la promesa que algunos grupos hicieron de implementar un cordón sanitario contra ese partido. La cuestión es discernir si estas medidas se toman por aritmética parlamentaria y equidad en la distribución de medios o por razones ideológicas y de odio al oponente político. Si las razones fueran ideológicas, tal como parece, sería preocupante, ya que las ideas del adversario se rebaten con argumentos, con la voz y con la palabra, no con subterfugios reglamentarios ni cacicadas.
Así las cosas, salvo que el Tritunal Constitucional diga otra cosa, Vox deberá amoldarse, tratar de superar los obstáculos que le han puesto y concentrarse en desarrollar el mejor trabajo político posible, lo que requerirá horas de dedicación y empeño. Instrumentos no le van a faltar, aunque tampoco zancadillas. Por lo demás, le tocará, como al resto, algo que no suele hacerse siempre: tratar con su acción parlamentaria de mejorar la vida de los ciudadanos. Sus adversarios deberán rebatir sus planteamientos con argumentos e ideas; y nosotros, los ciudadanos, los juzgaremos a unos y a otros por sus actos.