Entrevisté a Santiago Abascal para EL ESPAÑOL en abril de 2018 y no me pareció otra cosa que uno de esos tipos medio liberales-medio conservadores que Mariano Rajoy había echado a patadas del PP diez años antes. Ni fascista, ni facha, ni nazi, ni nada que se le parezca. Tras el empujón de Rajoy, los liberales se habían ido a Ciudadanos, los conservadores a Vox, y algunos que estaban a medio camino de ambos, también a Vox. Ese fue el caso de Iván Espinosa de los Monteros.
Pocos meses después, mi editor del sello Deusto, Roger Domingo, me encargó uno de los capítulos de un libro colectivo coordinado por John Müller que analizaba los motivos del auge de Vox. El libro se llama La sorpresa Vox. Las respuestas a las 10 grandes preguntas que todos nos hacemos sobre Vox. Yo escribí que ese auge se debía única y exclusivamente al procés y a la, más que débil, abúlica respuesta de Mariano Rajoy.
Ese fue también el motivo de la victoria de Ciudadanos en las elecciones de diciembre de 2017 en Cataluña. No su sintonía con el cinturón rojo de Barcelona, ni su ocupación del espacio del PSC, ni su conexión con esa presunta «minoría silenciosa» constitucionalista que jamás ha existido, ni ninguna de esas tonterías de intelectuales peseceros.
Lisa y llanamente, su antiprocesismo.
No me muevo de mi diagnóstico en ambos casos.
Porque en España sólo ha habido tres ideas capaces de decantar el escenario político durante la última década. La primera es el mencionado antiprocesismo. La segunda, el antisanchismo. Y la tercera, el antivoxismo.
El antiprocesismo le dio su victoria en 2017 a Inés Arrimadas. El antisanchismo estuvo a punto de dársela a Feijóo el pasado 23-J (se la dio el 28-M). Y el antivoxismo se la acabó dando finalmente a Sánchez. La política en España nunca se ha jugado en el terreno de lo propositivo, por más que los ingenuos quieran creerlo amparándose en la única excepción histórica a esa regla, la de la Transición, sino en el de la reacción.
Bien lo sabe además nuestro cínico al mando, Pedro Sánchez, que ahora acusa al PP de querer «derogar lo construido» cuando su obra de gobierno, por llamarla de alguna manera, se ha edificado sobre los cimientos «derogados» de la democracia liberal que los españoles pactamos en 1978. «Derogados» por él, claro.
Tanto Ciudadanos como Vox malinterpretaron luego, a partir de 2018, los motivos de su auge, atribuyéndolo a causas que no tenían nada que ver con él. El resultado está a la vista. Ciudadanos muerto y enterrado, y Vox, de camino al cementerio por no entender que su enemigo no es el globalismo ni el movimiento woke, que a los españoles se la traen al pairo, sino, precisamente, la ultraderecha catalana y vasca. Es decir, los verdaderos herederos del franquismo (y del carlismo) en España.
Pero claro, resuélvanme ustedes esa contradicción vital en el seno de Vox.
Lo explica muy bien Pilar Rodríguez Losantos aquí.
El crecimiento de VOX en España no es el de Le Pen o AfD. El eje aquí fueron las tensiones territoriales con nacionalistas. El enemigo ha sido interno (independentistas) no externo (globalismo).
Es legítimo apostar por otra estrategia, pero la base social del partido es diferente— Pilar RL (@pirlosantos) August 8, 2023
EL ESPAÑOL fue, por cierto, uno de los primeros medios en entrevistar a Abascal. Luego llegó esa absurda batalla de Vox contra la prensa que, creyendo emparentarles con Donald Trump, les emparentaba en realidad con Pablo Iglesias (y hoy con Pedro Sánchez). Si en algo han coincidido los tres es en su furibundo antiliberalismo. Y esa sí es la ideología por defecto del español medio: su nostalgia de absolutismo. Una nostalgia que catalanes y vascos resolvieron admirablemente inventando a mediados del siglo XIX el nacionalismo periférico español, que no es más que provincianismo xenófobo.
Parte de los motivos de la caída de Vox tienen que ver también con ese error de cálculo. El de pensar que los medios «tradicionales» estaban muertos, que iban a ser sepultados por las redes sociales y que su atención era «despreciable». Ahora, el entorno mediático de Vox son dos o tres fabricantes de bulos y media docena de románticos de la derrota, esos tikitakistas de la derecha que sólo aceptan marcar gol si entran con la pelota en la portería y sin mancharse la camiseta de los principios con el barro del posibilismo.
Un año después de mi entrevista con Abascal escribí esta columna, sorprendido por la deriva carpetovetónica del partido. Está mal que yo lo diga, pero lo cierto es que en esa columna estaban ya, en 2018, todos los motivos por los que Vox ha caído hoy, en 2023. Un motivo más para suscribirse a EL ESPAÑOL, por cierto: poder leer en 2023 lo que acabará ocurriendo en 2028. Los liberales españoles tenemos claro que siempre que España se encuentra frente a una encrucijada, los españoles optamos por la opción más antiliberal posible. Sabiendo eso, acertamos el 99% de las veces.
Un día debatí con Iván Espinosa de los Monteros (cuatro mensajes arriba y abajo, tampoco crean que fue una conversación de horas) sobre cuál había sido el mejor jefe de gabinete de la Casa Blanca. Es decir, el mejor presidente en la sombra de la historia. Si no recuerdo mal, ambos coincidimos en James Baker en su época reaganiana. Si no recuerdo tampoco mal, ambos habíamos leído poco antes de esa conversación el mismo libro, The Gatekeepers: How the White House Chiefs of Staff Define Every Presidency.
Dudo que pudiera tener hoy una conversación como esa con ninguno de los actuales líderes de Vox. Tampoco la podría tener con ningún político del Gobierno actual. Ni siquiera el nivel de inglés del presidente, tan alabado, es más que una sombra del de Iván Espinosa de los Monteros, que sí habla, lo que se dice «hablar-hablar», en inglés.
No soy capaz de comprender los motivos que han llevado a Vox a boicotear de una forma tan evidente las elecciones del 23-J llevando las negociaciones con el PP al límite y dándole los cargos pactados con los populares a individuos desesperadamente ansiosos por provocar los uys y los ays de los lectores de El País como si fueran macarras de 15 años en el cuerpo de adultos de 50. Sus bocinazos medievales activaron a la izquierda y le dieron al peor presidente de la historia de la democracia española (esa es mi opinión) un resultado malo, pero suficiente, que le permitirá gobernar durante cuatro años más. Ya lo habían hecho antes con Juan García-Gallardo, cuya obra política ha consistido en intentar que las abortistas escuchen el latido de su feto antes de abortarlo. ¿Con qué objetivo político? Sólo lo sabe él.
Si todo ha sido una machada de vasotubo y palillo molar, rollo «ahora os vais a enterar, nenazas», el mensaje ha llegado desde luego alto y claro a los españoles. Si era una estrategia destinada a darle un rumbo melonista al partido, que Vox se busque mejores estrategas porque los actuales no están entendiendo ninguno de los motivos del éxito de Meloni (entre ellos, el de ser mujer, un detalle no precisamente menor para un partido situado a la derecha de la derecha) y mucho menos la sociología del español medio.
Si el objetivo es, en cambio, reducir el electorado de Vox al de Intereconomía (mucho menor que el del Vox de 2019, pero, eso sí, altamente compacto), entonces lo están niquelando.
Ciudadanos murió por su desesperación por alejarse de la caricatura que el PSOE hacía de ellos y Vox va a morir por sus ansias por parecerse a la caricatura que el PSOE hace de ellos, que es la de un partido casi tan antiliberal como el propio PSOE. Como ven, al final el relato lo sigue imponiendo, como siempre, el PSOE. Y Vox lo ha comprado como todos los demás.
Mal final para un partido que decía haber nacido, precisamente, para hacer lo contrario de lo que ha acabado haciendo. Roma no paga traidores, pero Sanchez debería darle a Vox, al menos, las gracias.